Es una triste verdad que la banca armada y de financiamiento antiético crea los conflictos armados para lucrarse de la deuda que genera una guerra, así como de la interminable cadena de dependencias que implica su sostenimiento y, sobre todo, su conversión en un medio de vida de los que participan en ella o su modus vivendi a partir de las ganancias que se obtienen del negocio con la muerte. Como se informa en el artículo ¿Nuestro dinero financia la guerra?: “[…] tres cuartas partes de los balances de las empresas militares se sostienen gracias a la deuda que estas tienen o bien con bancos o que gestionan, con ampliaciones de capital, emisión de bonos, pagarés, ineludiblemente con bancos […] Sin los bancos pocas empresas de armas subsistirían, y sin el apoyo del Estado, que es quien les compra las armas, se las paga por avanzado, acepta de buen grado aumentos que duplican los costos inicialmente acordados, y que les ayuda a exportar a otros países, ya no quedaría ninguno” (Págs, 1-2).
En conclusión: “El sector armamentístico es desde un punto de vista económico uno de los más insostenibles. Entonces, ¿por qué se mantiene? Porque hay quién gana mucho dinero con el negocio de las armas. Hay quien se enriquece, siguiendo el argumentario de este artículo, de las guerras. ¿Quién lo hace en primera instancia? Los propietarios de las empresas de armas, hay negocio más seguro que vender armas, el cliente nunca fallará y a veces, resulta que el que ahora es comprador luego es productor, y, viceversa. Ha habido no pocos ministros que antes o después de serlo se han dedicado al negocio armamentístico. Y quién se beneficia también, los bancos. A los bancos que se benefician de este terrible negocio que impulsa las guerras, los denominamos Bancos armados, porque son pieza indispensable del ciclo económico que hace que haya al alcance de soldados de uno y otro bando, la herramienta que da nombre a los conflictos armados” (Ídem, pág.2).
Como se preguntan en el ensayo “Convertir las guerras en negocio”: “Ante esta cruda realidad, nos rugen preguntas de hondo calado humano y ético: ¿cómo es posible que no aprendamos del dolor, sufrimiento y destrucción de las guerras pasadas y actuales? ¿qué fuerza misteriosa puede motivar tal violencia, muerte y destrucción? Una explicación plausible y limitad, pero bastante certera a mi entender, es la del ímpetu de tres arcaicas pasiones humanas que, como en una trenza, se entrelazan, alimentan y sostienen recíprocamente: la ambición de poder, la codicia o afán excesivo de dinero/riqueza y el excesivo deseo de prestigio. Estas tres pasiones, a escala mundial, confluyen en la pretensión de querer ser la potencia hegemónica, el imperio dominante, el hegemón mundial” (Ídem, pág. 1).
Y, continúa el texto citado: “Ángel Gómez de Ágreda, coronel del Ejército de Aire y analista geopolítico, describe sucintamente en una de sus publicaciones el objeto de las guerras: “Las guerras se originan por la voracidad de una potencia por acaparar unos recursos o por la competición entre dos comunidades por el acceso a los mismos bienes. Es difícil encontrar enfrentamientos en los que no se pretenda una ganancia material por parte de los contendientes. Desde los desencuentros entre agricultores y ganaderos en el neolítico hasta las pugnas por las materias primas y la energía necesaria para mantener la industria moderna” (Ídem, pág. 2).
Y, concluye el texto citado: “De esta manera, mediante la acción militar, se ocupan los enclaves geoestratégicos importantes (fuentes de abastecimiento y territorios con recursos naturales, especialmente los energéticos, como los hidrocarburos), mercados para sus productos acabados y las vías de transporte. Al mismo tiempo que poseen estos enclaves, desproveen al adversario de los mismos, consolidando así su hegemonía. Además, hay personas sin escrúpulos, los llamados war profiters, que convierten las guerras en un negocio y se lucran ampliamente con ellas. Obtienen ganancias sustanciales a costa de la vida de las personas y de otros seres vivos, como auténticos “mercaderes de la muerte” […] Los war profiters facilitan los medios a las élites de poder (término acuñado por el sociólogo C. Wright Mills) que buscan y organizan las guerras” (Ídem, pág. 2).
Ahora bien, las guerras no se llevarían a cabo sin financiación: “Pero cabe tener presente que las guerras no se podrían llevar a cabo sin la financiación a los Estados beligerantes y a los empresarios que suministran armamento, munición y todo tipo de enseres para la guerra. La firma bancaria estadounidense JP Morgan & Co ganó millones financiando la Primera Guerra Mundial y la posterior reconstrucción y las reparaciones de la posguerra. No solamente cobraba intereses por temor a que Gran Bretaña perdiera la guerra sino que, además, el lobby de Wall Street que el financiero John Pierpont Morgan lideraba, presionó con éxito al presidente Wilson para que, mediante una declaración de guerra a Alemania, colaborara con Gran Bretaña para ganar la guerra y así evitar una catástrofe para los bancos norteamericanos.
En la Segunda Guerra Mundial, dos de los bancos más grandes de los EE.UU. negociaron largamente con la Alemania nazi. Estos bancos fueron el Chast Bank, propiedad de Rockefeller, y el National City Bank de Nueva York, controlado nuevamente por JP Morgan. Estos bancos manejaban las cuentas de muchas de las empresas estadounidenses que, durante la guerra, comerciaban con la Alemania nazi (negocios con el enemigo ocultados por el gobierno norteamericano a la ciudadanía), como por ejemplo Standard Oil, Sterling Products, General Aniline & Film e ITT (International Telephon & Telegraph). Según la revista Time, la entidad financiera que sustentó las potencias del Eje (Hitler/Mussolini) fue el Shroeder, Rockefeller and Company Investment Bank.
Los negocios íntimos y secretos entre los empresarios estadounidenses y alemanes tenían lugar principalmente en la sede del Bank for International Settlements (Banco de Pagos Internacionales) ubicado en Basilea, Suiza. El BPI proporcionaba al Tercer Reich de Hitler no sólo préstamos sino, sobre todo, relaciones de negocios con otros países, incluso rivales, e información, tanto financiera como política. Este banco blanqueó cientos de millones de dólares en oro nazi saqueado de las tesorerías de los países ocupados. La dirección del banco era una amalgama de banqueros internacionales: desde tres directores del Banco de Inglaterra a poderosos financieros nazis como Kurt von Schroeder (director del JH Stein Bank de Colonia y principal financista de la Gestapo), Herman Schmitz (presidente de IG Farben, la empresa que sustentó la maquinaria bélica de Hitler), Walter Funk y Emil Puhl, presidente y vicepresidente del Reichsbank, respectivamente. También el banquero de Wall Street, Thomas McKittrick (director del First National Bank of New York), asociado de JP Morgan.
Y un último ejemplo de las importantes conexiones de las entidades financieras con la guerra. Recientemente, en el conflicto de la guerra contra el Yemen, la banca armada española ha destinado 8.686 millones de dólares a 9 compañías que han fabricado armamento exportado a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Estas compañías son Airbus, Boeing, General Dynamics, Leonardo, Navantia, Raytheon Technologies, Rolls-Royce, Thales y Rheinmetall AG. El BBVA y el Banco de Santander son los bancos españoles que más financiación han destinado a las empresas de armas suministradoras de los principales ejércitos involucrados en la guerra de Yemen, con 5.231 millones de dólares durante le período 2015-2019” (Ídem, págs. 3-4).
En este sentido, debemos de ver en qué banco depositamos nuestros fondos financieros y debemos apostar por una Banca Ética y una Ética Financiera segura de lograr como forma de control total sobre las armas. Las armas no constituyen una solución racional para las naciones y los pueblos, no importa lo que digan los radicales extremistas o los terroristas que manipulan la fuerza física para vivir de los conflictos que ellas provocan.
Debemos tener esperanza en que las sociedades del futuro sabrán ser sociedades pacíficas, desarmadas y libres de todo militarismo y armamentismo. Ante lo anteriormente expuesto podría, sin embargo, deducirse que no hay solución para detener la ambición desmedida de los actuales sistemas socioeconómicos que compiten por la hegemonía de la violencia en el mundo. Pero la esperanza es un principio activo y no pasivo, que más que darnos la garantía de que las cosas van a salir bien, nos da la certeza y la seguridad de que tiene sentido seguir luchando por un futuro mejor y viable para la paz mundial. Desde esta perspectiva activa de que el sentido de la lucha racional colectiva de todas aquellas personas que desean la paz perpetua y creen en ella, es mejor que la competencia irracional desenfrenada por el dominio del planeta es que creemos y tenemos la firme convicción en esperanza en un futuro relacional lumínico para una Humanidad libre de toda forma de violencia. Así sea.