Immanuel Kant nos habla sobre el valor supremo de la vida digna y no solamente de la vida, explicando la disposición del ser humano de sacrificar primero su vida antes que vivir en indigno oprobio y perder con ello la dignidad de su vida. Por eso para Kant, el supremo valor no es la vida sino la vida digna: “Respecto a los cuidados que deben ser observados en relación con el deber de la supervivencia, observaremos los siguientes: la vida en sí y por sí misma no representa el supremo bien que nos ha sido confiado, ni por lo tanto el que debemos atender en primer lugar. Existen deberes de rango superior al de la supervivencia cuya puesta en práctica conlleva a veces el sacrificio de la vida. La experiencia nos demuestra que un hombre indigno aprecia más su vida que su persona. El valor que se concede a la vida suele ser inversamente proporcional al atribuido a la propia estima. El que prime a esta última preferirá sacrificar su vida antes de cometer un acto infame, anteponiendo el valor de su persona al de su vida; quien haga lo contrario pierde la dignidad de vivir al deshonrar a toda la humanidad en su propia persona” (Kant, Lecciones de Ética, 2002, Barcelona: Editorial Planeta, pág. 195).
Por eso señala Kant que quien se estima a sí mismo no teme a le muerte y no tiene miedo de afrontarla, porque es algo natural: “Quien se estima a sí mismo no teme a la muerte, prefiere morir antes que ser objeto de oprobio y verse condenado a convivir con bribones. El infame, sin embargo, optará por la prisión que, al fin y al cabo, es su lugar natural. Hay deberes a los que debe supeditarse la vida y cuyo cumplimiento no deja lugar a la cobardía. La cobardía del hombre deshonra a toda la humanidad, y la sobrestima de la vida física supone una gran cobardía. El hombre que a la menor ocasión teme constantemente por su vida ofrece un obstáculo grotesco. La muerte debe ser encarada con serenidad. No hay que sobrevalorar el hecho de la muerte, sino justamente menospreciarlo. Por otra parte, tampoco debemos arriesgar nuestra vida poniéndola en juego a causa de mezquinos intereses, comportamiento que no sólo es imprudente, sino también indigno […] No estamos obligados a arriesgar la vida por causa de ningún bien terrenal, ni siquiera por el de la libertad; sólo el deber exige tal cosa. Con todo, se dan circunstancias en las que se arriesga la vida por mor de un interés, como es el caso del soldado en tiempos de guerra. Sólo que aquí no entra en juego un interés particular, sino un bien universal” (Ídem, págs. 195-196).
Para Kant el valor supremo no es la vida, sino la vida digna que no teme a la muerte: “Cuando el hombre no puede conservar la vida sino humillando su condición de ser humano, más vale que la sacrifique. Puede suceder que ponga en peligro su vida animal, pero debe sentir que, a lo largo de su vida, ha vivido dignamente. No se trata tanto de que el hombre tenga una larga vida […] como de que cuanto viva lo haga dignamente, esto es, sin vulnerar la dignidad de toda la humanidad. De no poder vivir así, pondría fin a su vida moral. Ésta cesa en el preciso momento en que deja de compadecerse con la dignidad de toda la humanidad. Los dos polos de la vida moral son el mal y los tormentos. Yo puedo vivir moralmente a pesar de hallarme bajo todos los tormentos imaginables. Es más, preferiré esos tormentos, e incluso afrontar la muerte, antes de cometer un acto infame. Desde el momento en que no pueda seguir viviendo con honor, me hago indigno de la vida en razón de mis actos. Más vale morir honradamente que prolongar la vida unos cuantos años mediante acciones indignas. Si la única forma de prolongar la vida es abandonarnos a los caprichos de otro, nos veremos obligados a sacrificar la vida, antes que deshonrar a toda la humanidad en nuestra persona, convirtiéndola en una cosa para un arbitrio ajeno. Por lo tanto, la conservación de la vida no constituye el deber supremo, sino que con frecuencia ha de ser colocada en un segundo plano para vivir dignamente […] Cuando sólo podemos conservar nuestra vida merced a la infamia, la virtud nos absuelve del deber de conservarla, pues entonces entra en juego un deber más alto que nos exige [sacrificar nuestra vida]” (Ídem, págs. 196-197).
En este sentido, los locos desenfrenados como Putin y Xinping que nos están llevando a una muerte artificial con la amenaza de una guerra atómica, no podrán decir nunca que somos esclavos de sus designios porque siempre miraremos al cielo estrellado con la ley moral en nosotros, que nos exige sacrificar nuestra vida antes que vivir sometidos. La defensa ucraniana ha comprendido muy bien el valor supremo de la vida digna, y ante la agresión rusa saben que para ellos dicha defensa no constituye un dilema entre “ganar o morir” sino la reconquista de la vida digna antes que someterse al yugo ruso y bieloruso.
Es cierto que en la “era nuclear” la vida se convierte en un valor supremo pero también es cierto que lucharemos por una vida digna antes que convivir con bribones criminales. Putin simplemente tiene miedo de morir, y de volar en pedazos como el bloguero militar Tatarsky que dijo que “mataremos a todos los ucranianos y les robaremos como nos gusta hacerlo”. No hay dilema para el presidente Zelensky entre “ganar o morir”, sino que hay una firme decisión de vida en la que se trata de “ganar y vivir en dignidad”.
En este Hemisferio Sur, desde el que escribo estas notas, hace ya muchos años que no solamente nos arrebatan el valor supremo de la vida, sino que no nos dejan vivir en dignidad. Eso lo saben muy bien, los migrantes muertos en el incendio de su albergue en México, y todos los pobres y miserables de la Tierra. La muerte no es el final, sino la vida en libertad que se vive con honra y dignamente en respeto a la dignidad de toda la Humanidad desde cada persona.
Estamos dispuestos a sacrificar nuestra vida, antes que cometer actos de infamia a otras personas. Ahora la guerra ha llegado a las ciudades rusas y los rusos deben temer que en sus ciudades estallen bombas por doquier porque la defensa de la vida digna nos exige llevar la ley moral en nosotros bajo un cielo estrellado para todos, para toda la Humanidad. Por eso nunca olvidaremos a los ciudadanos caídos y asesinados en la ciudad de Bocha por las tropas rusas. Tampoco olvidaremos las noches oscuras de crímenes de lesa humanidad o de desapariciones forzadas, porque esa vida es indigna y no merece ser vivida solo para sobrevivir. Lucharemos hasta el final, defendiendo la ley moral en nosotros y nosotras por una vida digna para toda la Humanidad. ¡Ni olvido ni perdón!