La historia puede ser interpretada en un sentido subjetivo y voluntarioso y ser así extremada y usada en sus aspectos conservadores para justificar y legitimar, en nombre de la libertad y la paz, políticas totalitarias de Estado que sólo acentúen la estabilidad y el orden, por individuos, grupos y partidos políticos interesados en lucrarse del patrimonio histórico de su nación, con el objetivo de acrecentar un orden policial y de terrorismo de Estado en aras de perpetuarse indefinidamente en el poder o en forma vitalicia y dictatorial. Eso es lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Venezuela, desde el fallecido General Hugo Chávez Frías hasta el “mandatario” actual, Nicolás Maduro. Ambos formaron el grupo chavista de una izquierda conservadora y “liberadora” de nombre, que retoma el militarismo político, lleno de contradicciones conservadoras del Libertador de Venezuela, Simón Bolívar. Trataremos de probar esta tesis sirviéndonos de la documentación histórica de la época de la Independencia hasta el análisis de la Constitución actual de la República Bolivariana de Venezuela, para hacer ver que el llamado “socialismo del siglo XXI” no es más que una prolongación militarista del desencanto político del propio Libertador, quien en realidad fue básicamente un militar y no un político demócrata que, a fin de cuentas, no creía en el pueblo ni confiaba en las masas populares.
Empezaremos en este primer ensayo de una serie de cuatro, analizando críticamente el Discurso de Angostura de Simón Bolívar al Congreso de Venezuela que diera lugar a la Segunda República con su respectiva Constitución de 1819.
En el discurso en cuestión, Bolívar aparece delegando sus funciones de político al Congreso de la Nación, para dedicarse a sus funciones militares de manera exclusiva. En este sentido, debe tenerse presente que habla a los diputados del Congreso como militar activo en armas y no como político. El discurso comienza sorpresivamente con una exhortación a los representantes acerca de las situaciones y toda clase de tribulaciones agrestes a las que se ha visto enfrentado señalando que él es, ante todo, un “buen ciudadano” y haciendo referencia por primera vez en la historia política de Sudamérica al concepto de “pueblo”, al que parece otorgarle el poder supremo de juzgarlo: “Sin embargo, mi vida, mi conducta, todas mis acciones públicas y privadas están sujetas a la censura del Pueblo. Representantes vosotros debéis juzgarlas. Yo someto la historia de mi mando a vuestra imparcial decisión, nada añadiré para excusarla: ya he dicho quanto puede hacer mi apología. Si merezco vuestra aprobación, habré alcanzado el sublime título de buen Ciudadano, preferible para mí al de Libertador que me dio Venezuela, al de Pacificador que me dio Cundinamarca, y a los que el mundo entero pueda darme” (Discurso de Angostura, pág. 72). Y seguido leemos: “¡Legisladores! Yo deposito en vuestras manos el mando Supremo de Venezuela […] En este momento el Gefe Supremo de la República no es más que un simple Ciudadano, y tal quiere quedar hasta la muerte. Serviré sin embargo en la carrera de las armas mientras haya enemigos en Venezuela” (Ídem, pág. 72. El énfasis es nuestro).
Luego, pasa a señalar una famosa cita contra las dictaduras y la tiranía que puede interpretarse como un afán democratizador de Bolívar pero que, como veremos más adelante, se encuentra llena de contradicciones en su concepción política del gobierno que, más bien, desemboca en una dictadura militar. Valgan, no obstante, sus palabras acerca de la alternabilidad en el poder para nuestro tiempo: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo freqüentemente ha sido el término de los Gobiernos Democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo Ciudadano el Poder. El Pueblo se acostumbra a obedecerle, y él se acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la Libertad republicana, y nuestros Ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo Magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente” (Ídem, pág. 73. El énfasis es nuestro).
Seguido pasa a describir cuál es la base de la República de Venezuela. Aquí en el párrafo que sigue, encontramos la contradicción de Bolívar respecto a la identidad americana, la cual considera un verdadero impedimento para la Libertad: “Al desprenderse la América de la Monarquía Española, se ha encontrado semejante al Imperio Romano quando aquella enorme masa cayó dispersa en medio del antiguo mundo. Cada desmembración formó entonces una Nación Independiente conforme a su situación o a sus intereses; pero con la diferencia de que aquellos Miembros volvían a restablecer sus primeras asociaciones. Nosotros ni aun conservamos los vestigios de lo que fue en otro tiempo: no somos Europeos, no somos Indios, sino una especie media entre los Aborígenes y los Españoles. Americanos por nacimiento y Europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión, y de mantenernos en el país que nos vio nacer contra la oposición de los invasores; así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado. Todavía hay más; nuestra suerte ha sido siempre puramente pasiva, nuestra existencia política ha sido siempre nula y nos hallábamos en tanta más dificultad para alcanzar la Libertad, quanto que estábamos colocados en un grado inferior al de la servidumbre; porque no solamente se nos había robado la Libertad, sino también la tiranía activa y doméstica. Permítaseme explicar esta paradoja” (Ídem, pág. 74. El énfasis es nuestro). Es decir, América no conocía ni la Libertad ni la tiranía activa de políticos criollos mestizos domésticos. En esa contradicción, Bolívar ve aquí una diferencia como mezcla racial mestiza, y no una igualdad social, civil y política posible a través del mestizaje que nos lleve a la unidad. Es el primer encuentro con el desencanto en el militar venezolano.
En este sentido, América no ha podido realmente emanciparse de la ignorancia, la tiranía y el vicio. Valgan sus palabras para nuestro tiempo: “Uncido el Pueblo Americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud. Discípulos de tan perniciosos maestros las lecciones que hemos recibido y los exemplos que hemos estudiado, son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza, y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un Pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de su credulidad y de la inexperiencia de hombres agenos de todo conocimiento político, económico o civil: adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la Libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la Justicia. Semejante a un robusto ciego que, instigado por el sentimiento de sus fuerzas, marcha con la seguridad del hombre más perspicaz, y dando en todos los escollos no puede rectificar sus pasos” (Ídem, pág. 75. El subrayado es nuestro).
Y Bolívar advierte que la causa y la culpa del atraso y del hecho de que no seamos pueblos emancipados reside en que somos pueblos pervertidos por la misma historia que hemos vivido. Gozamos pues, de una “Libertad pervertida y que pervierte”, por lo que son necesarias leyes inflexibles y rigurosas, aunque no puestas en práctica por la fuerza sino por las costumbres: “Un Pueblo pervertido si alcanza su Libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud: que el imperio de las Leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son mas inflexibles, y todo debe someterse a su benéfico rigor: que las buenas costumbres y no la fuerza, son las columnas de las Leyes: que el exercicio de la Justicia es el exercicio de la Libertad. Así, Legisladores, vuestra empresa es tanto más improba quanto que tenéis que constituir a hombres pervertidos por las ilusiones del error, y por incentivos nocivos. La Libertad, dice Rousseau, es un alimento suculento, pero de difícil digestión. Nuestros débiles conciudadanos tendrán que enrobustecer su espíritu mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo de la Libertad. Entumidos sus miembros por las cadenas, debilitada su vista en las sombras de las mazmorras, y aniquilados por las pestilencias serviles, ¿serán capaces de marchar con pasos firmes hacia el augusto Templo de la Libertad? ¿Serán capaces de admirar de cerca sus espléndidos rayos y respirar sin opresión el éter puro que allí reina?” (Ídem, págs. 75-76. El énfasis es nuestro). Como vemos, Bolívar duda de que los pueblos nacientes logren alcanzar la felicidad del Pueblo, y no sucumban a la larga a la Esclavitud renovada luego de una transformación errada.
Esa duda terrible de Bolívar en torno a la capacidad política de los pueblos americanos de alcanzar la Libertad se siente y observa en la siguiente conclusión: “La naturaleza a la verdad nos dota al nacer, del incentivo de la Libertad; más sea pereza, sea propensión inherente a la humanidad, lo cierto es que ella reposa tranquila, aunque ligada con las trabas que le imponen. Al contemplarla en este estado de prostitución parece que tenemos razón para persuadirnos, que los más de los hombres tienen por verdadera aquella humillante máxima, que mas cuesta mantener el equilibrio de la Libertad, que soportar el peso de la tiranía. ¡Ojalá que esta máxima no estuviese sancionada por la indolencia de los hombres con respecto a sus derechos más sagrados!” (Ídem, pág. 76. El énfasis es nuestro). Los hombres, pues, en el fatalismo de Bolívar, el Ciudadano, prefieren la tiranía al equilibrio que precisa la Libertad.
Y, el Libertador sigue expresando su desencanto fatalista y diciendo que son los pueblos más que los gobiernos los que arrastran tras sí la tiranía y desean vivir en opresión, más que sacrificarse por la Libertad: “Muchas naciones antiguas y modernas han sacudido la opresión; pero son rarísimas las que han sabido gozar de algunos preciosos momentos de libertad: muy luego han recaído en sus antiguos vicios políticos: porque son los Pueblos, más bien que los Gobiernos, los que arrastran tras sí la tiranía. El hábito de la dominación los hace insensibles a los encantos del honor y de la prosperidad nacional, y miran con indolencia la gloria de vivir en el movimiento de la Libertad, baxo la tutela de Leyes dictadas por su propia voluntad. Los fastos del universo proclaman esta espantosa verdad” (Ídem, pág. 77). Como vemos, el Libertador duda de su propia empresa libertadora, y, de hecho, no confía ni ama al pueblo, le desconoce una conciencia y una voluntad nacionales incorruptibles, y no nos habla para nada de que, como también dijera Rousseau, son las élites las que corrompen a los pueblos, porque los pueblos no son corruptos por naturaleza.
El Libertador termina esta “reflexión” de su Propuesta de Constitución, preguntándose de nuevo, algo que consideramos justo para nuestro tiempo y, especialmente, para la Venezuela actual: “Solo la Democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta Libertad; pero ¿qual es el Gobierno democrático que ha reunido a un tiempo, poder, prosperidad y permanencia?” (Ídem, pág. 77).
Además, citando a Montesquieu, Bolívar nos señala que el espíritu de las Leyes es propio de cada país en particular y unas no pueden convenir a otra nación porque son relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión y al género de vida de los Pueblos. En este sentido, critica que la Primera República de Venezuela, haya intentado sin éxito imitar la Constitución de los Estados Unidos de América y su independencia de poderes y propone una República indivisible y central, en lugar de Federativa. Pero termina por señalar que Venezuela no se encuentra preparada para dicho experimento político de la Libertad: “Más por halagüeña que parezca y sea en efecto este magnífico sistema Federativo, no era dado a los Venezolanos gozarlo repentinamente al salir de las cadenas. No estábamos preparados para tanto bien; el bien, como el mal, da la muerte quando es súbito y excesivo. Nuestra Constitución Moral no tenía todavía la consistencia necesaria para recibir el beneficio de un Gobierno completamente Representativo, y tan sublime quanto que podía ser adaptado a una República de Santos” (Ídem, pág. 80. El énfasis es nuestro). Vemos de nuevo el descontento y la desconfianza del militar respecto al político, la contradicción esencial de Bolívar, el Libertador.
Y, una vez más, Bolívar se ve atrapado en una visión absolutista y abstracta de la Libertad que no confía en la mezcla de la raza mestiza y, por lo tanto, no confía en la igualdad racial o de las razas para poder acceder a la Libertad como emancipación humana de todas las razas por igual: “[…] Es imposible asignar con propiedad, a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el Europeo se ha mezclado con el Americano y con el Africano, y este se ha mezclado con el Indio y con el Europeo. Nacidos todos del seno de una misma Madre, nuestros Padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis: esta desemejanza trae un reto de la mayor trascendencia” (Ídem, pág. 81).
Bolívar observa, y he aquí otro de sus desencantos políticos, que existe una desigualdad natural entre los hombres y que las Leyes crean una “igualdad ficticia” para sobrellevar esa desventaja, que, a la larga, no soluciona el problema ya que la sociedad es esencialmente heterogénea y muy difícilmente se puede unificar en un solo fin común. El Libertador no cree en la eficacia de la igualdad política y social, únicamente en la absoluta y suprema Libertad: “La naturaleza hace a los hombres desiguales en género, temperamento, fuerzas y caracteres. Las Leyes corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada igualdad política y social. Es una inspiración eminentemente benéfica la reunión de todas las clases en un estado, en que la diversidad se multiplica en razón de la propagación de la especie. Por este solo paso se ha arrancado de raíz la cruel discordia. ¡Quantos zelos, rivalidades y odios se ha evitado?” (Ídem, pág. 82. El énfasis es nuestro).
Y, seguido leemos: “Habiendo ya cumplido con la Justicia, con la humanidad, cumplamos ahora con la política, con la sociedad, allanando las dificultades que opone un sistema tan sencillo y tan natural, más tan débil que el menor tropiezo lo trastorna, lo arruina. La diversidad de origen requiere un pulso infinitamente firme, un tacto infinitamente delicado para manejar esta sociedad heterogénea cuyo complicado artificio se disloca, se divide, se disuelve con la más ligera alteración” (Ídem, pág. 82). Bolívar, entonces, se pregunta justamente preocupado acerca del método de instaurar una nueva sociedad sin tener que oprimir a la gente con armas que atenten contra la Libertad. Pregunta y preocupación que siguen vigentes hasta nuestros días: “¿Cómo, después de haber roto todas las trabas de nuestra antigua opresión podemos hacer la obra maravillosa de evitar que los restos de nuestros duros hierros no se cambien en armas liberticidas?” (Ídem, pág. 82. Hemos enfatizado el original).
Bolívar reconoce que son necesarias la soberanía del pueblo la división de los Poderes, la Libertad civil, la proscripción de la esclavitud y la abolición de la monarquía y de los privilegios. Todo ello en base a la instauración de la igualdad, pero ello encierra peligros (Véase pág. 83). Pero, a continuación, vuelve a caer en su acostumbrado desencanto al afirmar que los gobiernos pueden gobernar sin principios y solo con los hombres prácticamente de “acción” ya que, según se deduce, es la práctica y no la teoría lo que conforma las repúblicas: “[…] porque a veces son los hombres, no los principios los que forman los Gobiernos. Los códigos, los sistemas, los estatutos por sabios que sean son obras muertas que poco influyen sobre las sociedades: ¡hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados constituyen las Repúblicas!” (Ídem, pág. 83. El énfasis es nuestro). Por eso insiste más adelante como buen militar: “Que no se pierdan, pues, las lecciones de la experiencia, y que las escuelas de Grecia, de Roma, de Francia, de Inglaterra y de América nos instruyan en la difícil ciencia de crear y conservar las Naciones con Leyes propias, justas, legítimas, y sobre todo útiles; no olvidando jamás que la excelencia de un Gobierno no consiste en su teoría, en su forma, ni en su mecanismo, sino en ser apropiado a la naturaleza y al carácter de la Nación para quien se instituye” (Ídem, pág. 85. Hemos enfatizado el original).
Y, en lo que sigue se demuestra la intención dictatorial militarista del Libertador, que teme a las olas populares y para quien el pueblo es una masa o turba sediciosa que siempre termina por rebelarse a la autoridad ya que, el pueblo mismo, desconoce sus verdaderos intereses populares. Bolívar, el militar, pasa de ese modo a proponer un Poder Legislativo basado en un Senado hereditario integrado esencialmente por “hombres de acción, no necesariamente virtuosos sino ilustrados” que hayan servido a la Patria o sea ante todo militares: “Si el Senado en lugar de ser electivo fuese hereditario, sería en mi concepto la base, el lazo, el alma de nuestra República. Este Cuerpo en las tempestades políticas pararía los rayos del Gobierno, y rechazaría las olas populares. Adicto al Gobierno por el justo interés de su propia conservación, se opondría siempre a las invasiones que el Pueblo intenta contra la jurisdicción y la autoridad de sus Magistrados. Debemos confesarlo: los más de los hombres desconocen sus verdaderos intereses, y constantemente procuran asaltarlos en las manos de sus Depositarios: el individuo pugna contra la masa, y la masa contra la autoridad. Por tanto, es preciso que en todos los Gobiernos exista un cuerpo neutro que se ponga siempre de parte del ofendido y desarme al ofensor” (Ídem, pág. 86. El énfasis es nuestro).
Este Senado hereditario constituiría un Poder intermedio entre gobierno y pueblo: “Un Senado hereditario, repito, será la base fundamental del Poder Legislativo, y, por consiguiente, será la base de todo el Gobierno. Igualmente servirá de contrapeso para el Gobierno y para el Pueblo, será una potestad intermedia que embote los tiros que recíprocamente se lanzan estos eternos rivales. En todas las luchas, la calma de un tercero viene a ser el órgano de la reconciliación: así el Senado de Venezuela será la traba de este Edificio delicado y harto susceptible de impresiones violentas: será el iris que calmará las tempestades y mantendrá la armonía entre los miembros y la cabeza de este cuerpo político” (Ídem, pág. 87. Hemos enfatizado el original). Como vemos, el Senado hereditario no es más que el intento de dejar la dirección política a un cuerpo de hombres de acción e ilustrados que reprima la violencia innata del Pueblo y que no viene a ser más que la definición de un Estado policial y militar como se ha instaurado en la Venezuela de Nicolás Maduro en la actualidad.
Bolívar establece un sistema de democracia fuerte, con un Poder Ejecutivo que él denomina permanente y que debe servir para contener la furia de las turbas populares que continuamente se alzan contra los funcionarios públicos y el gobierno. Una vez más, el desencantado militar no confía y le teme al pueblo, frente al cual solo impone estabilidad, paz y orden total como ausencia de conflictos: “Que se fortifique, pues, todo el sistema de Gobierno, y que el equilibrio se establezca de modo que no se pierda, y de modo que no sea su propia delicadeza una causa de decadencia. Por lo mismo que ninguna forma de Gobierno es tan débil como la Democracia, su estructura debe ser de la mayor solidez, y sus instituciones consultarse para la estabilidad. Si no es así contemos con que se establece un ensayo de Gobierno y no un sistema permanente: contemos con una sociedad díscola, tumultuosa y anárquica y no con un establecimiento social donde tengan su imperio la felicidad, la paz y la justicia” (Ídem, págs. 90-91. El énfasis es nuestro).
Pero, de nuevo y con un tanto de desencanto contradictorio, Bolívar nos habla seguido de la necesidad de una vía moderada que él denomina de la “Suprema Libertad Social”, ya que la Libertad absoluta termina por conducir hacia la tiranía, por lo que se precisa de contención en el ejercicio del poder para crear un equilibrio político. Y en esto creemos que tiene razón y que es un párrafo que los chavistas venezolanos actuales ignoran por completo y no están interesados en tomar en cuenta. Oigamos: “Todos los Pueblos del mundo han pretendido la Libertad; los unos por las armas, los otros por las Leyes, pasando abiertamente de la anarquía al despotismo o del despotismo a la anarquía; muy pocos son los que se han contentado con pretensiones moderadas, constituyéndose de un modo conforme a sus medios, a su espíritu y a sus circunstancias. No aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la región de la Libertad absoluta se desciende siempre al Poder absoluto, y el medio entre estos dos términos es la Suprema Libertad social. Teorías abstractas son las que producen la perniciosa idea de una Libertad ilimitada. Hagamos que la fuerza pública se contenga en los límites que la razón y el interés prescriben: que la voluntad nacional se contenga en los límites que un justo Poder le señala: que una Legislación civil y criminal análogos a nuestra actual Constitución domine imperiosamente sobre el Poder Judiciario, y entonces habrá un equilibrio, y no habrá el choque que embaraza la marcha del Estado, y no habrá esa complicación que traba en vez de ligar la sociedad” (Ídem, págs. 92-93. Hemos enfatizado el original). Como puede observarse, Bolívar no es aquí un simple militar liberal, sino que aboga por un liberalismo social, concepción en la que no estaba errado, aunque creía imposible su concreción en la práctica.
Y siguen dos párrafos cruciales que delimitan el poder político y militar del Gobierno y lo consignan al poder social de la raza mestiza en unión universal; delimitación que los chavistas actuales gustan de ignorar y olvidar: “Para formar un Gobierno estable se requiere la base de un espíritu nacional, que tenga por objeto una inclinación uniforme hacia dos puntos capitales, moderar la voluntad general, y limitar la autoridad pública. Los términos que fixan teóricamente estos dos puntos, son de una difícil asignación; pero se puede concebir que la regla que debe dirigirlos es la restricción, y la concentración recíproca a fin de que haya la menos frotación posible entre la voluntad y el poder legítimo. Esta ciencia se adquiere insensiblemente por la práctica y por el estudio. El progreso de las luces es el que ensancha el progreso de la práctica, y la rectitud del espíritu es el que ensancha el progreso de las luces” (Ídem, pág. 93. El énfasis es nuestro). Como podemos ver, aquí propugna por la unidad entre teoría y práctica, algo que había negado anteriormente.
Y, seguido encontramos una exhortación a la necesidad de totalidad política y social que culmine en un Congreso Moral que se encargue de la educación popular de los ciudadanos: “Para sacar de este caos nuestra naciente República, todas nuestras facultades morales no serán bastantes, si no fundimos la masa del Pueblo en un todo: la composición del Gobierno en un todo: la Legislación en un todo y el espíritu nacional en un todo. Unidad, Unidad, Unidad debe ser nuestra divisa. La sangre de nuestros Ciudadanos es diferente; mezclémosla para unirla: nuestra Constitución ha dividido los poderes; enlacémoslos para unirlos: nuestras Leyes son funestas reliquias de todos los despotismos antiguos y modernos; que este edificio monstruoso se derribe, caiga y apartando hasta sus ruinas, elevemos un Templo a la Justicia, y baxo los auspicios de su Santa inspiración dictemos un Código de Leyes Venezolanas […] La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades” (Ídem, págs. 93-94. El énfasis es nuestro).
Se trata, para Bolívar, de instruir al pueblo con las luces de la Ilustración y su espíritu de Libertad Social, pues el pueblo debe ser instruido moralmente para poder elegir, aunque para ello tenga que estudiar tanto las virtudes como los vicios. Algo que los chavistas actuales han olvidado definitivamente hacer: “[…] Pero sus anales o registros donde se consignan sus actas y deliberaciones, los principios morales y las acciones de los Ciudadanos, serán los libros de la virtud y del vicio. Libros que consultará el pueblo para sus elecciones, los Magistrados para sus resoluciones, y los Jueces para sus juicios. Una institución semejante que más que parezca quimérica, es infinitamente más realizable que otras que algunos Legisladores antiguos y modernos han establecido con menos utilidad del género humano” (Ídem, págs. 94-95. Hemos enfatizado el original).
Después de estos párrafos, viene una tesis que prácticamente echa por tierra de modo contradictorio el democratismo que Bolívar había expresado con anterioridad, pues, acaba por establecer el espíritu del Proyecto de Constitución que está proponiendo en su famosa división entre Ciudadanos activos y pasivos para, de ese modo, “alcanzar lo más difícil entre los hombres, hacerlos honrados y felices” (Ídem, pág. 95). No profundizaremos aquí en esta propuesta, abiertamente antidemocrática y militarista, porque la trataremos más exhaustivamente en nuestro próximo ensayo, dada su importancia para la Constitución de Venezuela de 1819 en la que fue incorporada. Baste decir aquí, que los ciudadanos activos son todos aquellos que están de lado del Libertador, esencialmente los militares; mientras que los ciudadanos pasivos son todo el resto que es indiferente o sedicioso o que se opone a dichos preceptos.
Sigue en el texto un párrafo en el que Bolívar insiste en que su exaltación de un Poder Ejecutivo más fuerte que el que existía hasta entonces, no se refiere a un despotismo, aunque en la práctica se haya inclinado de hecho hacia una autocracia y una monocracia que se derivan de su convicción en que, por un lado, existe “armonía en la Independencia” mientras que, por otro lado, se da un choque prolongado entre los Poderes del Estado mismo. Habla, pues, de nuevo el militar desencantado, pero es suficientemente consciente de que la única alternativa de solución para la República que está manifestando es la Libertad Civil garantizada de los Ciudadanos: “Separando con límites bien señalados la Jurisdicción Executiva de la Jurisdicción Legislativa, no me he propuesto dividir sino enlazar con los vínculos de la armonía que nace de la Independencia, estas potestades Supremas cuyo choque prolongado jamás ha dejado de aterrar a uno de los contendientes. Quando deseo atribuir al Executivo una suma de facultades superior a la que antes gozaba, no he deseado autorizar un Déspota para que tiranize la República, sino impedir que el despotismo deliberante no sea la causa inmediata de un círculo de vicisitudes despóticas en que alternativamente la anarquía sea reemplazada por la oligarquía y por la monocracia. Al pedir la estabilidad de los Jueces, la creación de Jurados y un nuevo Código, he pedido al Congreso la garantía de la Libertad Civil, la más preciosa, la más justa, la más necesaria, en una palabra, la única Libertad, pues que sin ella las demás son nulas” (Ídem, págs. 95-96. Enfatizamos el original).
No obstante, el párrafo que acabamos de analizar se ve debilitado ya que el Libertador concluye por proponer otra vez un Poder Moral basado en el carácter y las costumbres tiránicas que cree un poder centralizado, con lo que echa por tierra y contradictoriamente lo avanzado de su planteamiento acerca de la Libertad Civil. Por eso seguido encontramos: “Meditando sobre el modo efectivo de regenerar el carácter y las costumbres que la tiranía y la guerra nos han dado, me he sentido con la audacia de inventar un Poder Moral, sacado del fondo de la oscura antigüedad, y de aquellas olvidadas Leyes que mantuvieron algún tiempo, la virtud entre los Griegos y los Romanos. Bien puede ser tenido por un cándido delirio, mas no es imposible, y yo me lisonjeo que no desdeñareis enteramente un pensamiento que mejorado por la experiencia y las luces, puede llegar a ser muy eficaz” (Ídem, pág. 96. Enfatizamos el original).
Ahora bien, y para finalizar, Bolívar señala que no se debe ir “combatiendo por el poder, ni por la fortuna, ni aun por la gloria, sino tan solo por la Libertad, títulos de Libertadores de la República son sus dignos galardones. Yo, pues, fundando una sociedad sagrada con estos ínclitos varones, he instituido el orden de los Libertadores de Venezuela” (Ídem, pág. 97). El combate por la Libertad implica el sacrificio de la vida y de los bienes, y no cabe duda, de que es la Libertad el concepto más importante y decisivo para el militar Simón Bolívar, el cual exhorta y apoya, ante todo, a los Militares Venezolanos.
Finalmente, Bolívar se pronuncia contra toda forma de despotismo, invasión extranjera e imperialismo, y en esto creemos que tiene la razón, algo que los chavistas venezolanos solo reducen al imperialismo norteamericano: “Convencida Venezuela de poseer las fuerzas suficientes para repeler a sus opresores, ha pronunciado por el órgano del Gobierno su última voluntad de combatir hasta expirar, por defender su vida política, no solo contra España, sino contra todos los hombres, si todos los hombres se hubiesen degradado tanto, que abrazasen la defensa de un Gobierno devorador cuyos únicos móviles son una Espada exterminadora y las llamas de la Inquisición. Un Gobierno que ya no quiere dominios sino desiertos; Ciudades, sino ruinas; vasallos, sino tumbas” (Ídem, págs. 98-99. El énfasis es nuestro).