El combate al terrorismo como defensa nacional y continental estratégicas o Terrorismusbekämpfung, implica en la actual época contemporánea, tomar muy en serio a los que expresan ideologías de ultraizquierda, ultraderecha o de fundamentalismo religioso que llaman e incitan a la violencia, especialmente la violencia armada y los atentados suicidas, porque el no tomarlos en serio, como ocurrió en Europa con los extremistas yihadistas que propagaban con toda tranquilidad y frescura sus lemas totalitarios, puede llevar a que se genere en dichos grupos aún una mayor exaltación hacia acciones colectivas de violencia extrema, ya que tomarán como una provocación y una marginalización de sus miembros, el que no nos percatemos del peligro de sus discursos que culminan, por ejemplo, en bombazos explosivos virulentos yihadistas, como el de los trenes de la estación de Atocha, en Madrid, el 11 de marzo de 2004, donde murieron 194 personas y más de 2,000 resultaron heridas.
Antes de proseguir, detengámonos en la sociología política de la militancia en organizaciones terroristas. En primer lugar, como nos dice, Fernando Reinares, dichas organizaciones ilegales suponen un elevado riesgo por el totalizante compromiso que reclaman. Reinares define a una organización terrorista como “la plena y activa pertenencia a un tipo de grupos, por lo común de tamaño reducido y formato clandestino, que tratan de afectar la distribución del poder, a nivel interno o internacional, mediante la práctica preferente y sostenida de actos violentos cuyos efectos psíquicos exceden con creces cualesquiera consecuencias materiales que provocan y se dirigen principalmente contra blancos seleccionados por su relevancia simbólica en el seno de una sociedad dada” (Reinares, 1997, págs. 85-86).
Siguiendo en su análisis, podemos señalar que las determinantes sociales de la acción colectiva de estas organizaciones terroristas ilegales son, ante todo, su necesidad imperiosa de crítica absoluta al sistema capitalista o a la sociedad democrática de Occidente. Los que se implican en ellas son, por lo general, varones, solteros, veinteañeros en el momento de ser reclutados y procedentes de medios urbanos. En este sentido, Reinares define al terrorismo contemporáneo como “un fenómeno predominantemente masculino”. Las mujeres en estas organizaciones son discriminadas y constituyen “una minoría cuya intervención directa en funciones dirigentes o acciones violentas es poco frecuente y a la que sus correligionarios varones suelen encomendar, debido no sólo a probables prejuicios sexistas sino también a imperativos de eficacia, tareas de mantenimiento o recogida de información” (Ídem, pág. 90). Sin embargo, esto último está cambiando, y, cada vez más, es frecuente encontrar mujeres participando en acciones violentas o en atentados suicidas.
Respecto a las motivaciones individuales que muchos integrantes de estas organizaciones manifiestan, encontramos la necesidad de transformar radicalmente los sistemas socioeconómicos: “Esperanza de que se produjeran transformaciones sistémicas radicales, como parecían anticipar las masivas y sostenidas movilizaciones precedentes en contra de la manera en que se venían ejerciendo las tareas políticas y la gestión de los asuntos públicos. Desesperación surgida tras la rápida decadencia, debida al efecto combinado de la represión estatal y las medidas gubernamentales de reforma, de los movimientos sociales que habían conducido las multitudinarias expresiones de protesta durante la década de los sesenta. El terrorismo resultó más intenso y duradero donde todo ello coincidió con el descontento adicional sentido por jóvenes, en su mayoría bien educados, quienes se vieron obligados a aceptar ocupaciones marginales o convertirse en desempleados una vez que el crecimiento industrial registrado durante los años cincuenta fue sustituido, avanzado el decenio siguiente, por una coyuntura de estancamiento económico” (Ídem, pág. 99).
Además: “[…] las personas tenderán a albergar sentimientos de cólera y rebelarse contra una autoridad establecida en la medida en que ésta fracase en hacer avanzar objetivos compartidos por el conjunto de la sociedad y, sobre todo, en controlar los instrumentos coercitivos de que dispone para forjar la obediencia de los gobernados, de manera tal que los individuos afectados definan como una injusticia la situación. Así, en ausencia de factores sociales o culturales capaces de promover el sometimiento aquiescente, es probable que la apreciación de un prolongado estado de injusticia, en el que los agravios derivados de prácticas discriminatorias o represivas tienden a acumularse de manera gradual, estimule por sí misma la decisión individual de tomar parte en movilizaciones de protesta violenta. Ahora bien, dicha probabilidad se incrementaría muy significativamente cuando algún castigo infligido por las autoridades viola normas ampliamente interiorizadas entre su población subordinada, tiene lugar de acuerdo con reglas que la gente ha dejado de considerar válidas o, simplemente, desatiende al respeto que merecen los seres humanos por su condición de tales. En cualquiera de estos supuestos, que aluden más bien a incidentes críticos o agravios sobrevenidos de manera repentina, el maltrato indebidamente deparado por parte de las agencias oficiales puede ocasionar indignación moral y revulsión entre las víctimas, ya sea porque lo perciben como inmerecido o excesivamente severo, o por ambas razones a la vez” (Ídem, pág. 99).
Y, finalmente, concluye Reinares: “Rabia y venganza aparecerían entonces como importantes motivaciones emocionales para tomar parte en actividades de represalia mediante las cuales reafirmar la dignidad individual y colectiva de cuantos se han visto afectados por los abusos de la autoridad” (Ídem, pág. 99).
En este sentido, y, para ejemplificar lo anterior, la organización terrorista de la Yihad, surge a partir de que Ronald Reagan fuese a Afganistán a apoyar a los muyahidines o fundamentalistas islámicos en su lucha por sacar fuera a las tropas invasoras rusas de dicho país en 1982. Muchos de estos conflictos tienen su origen, pues, en la misma producción, venta y distribución de armas por parte de las sociedades industriales a los países dependientes del hemisferio sur, calculando así un negocio millonario y muy lucrativo. De esto se debe concluir que, si queremos parar los bombazos y atentados explosivos en Europa y el mundo occidental, debemos de dejar de permitir el trasiego de armas hacia nuestras naciones.
Jana Krüger, nos resume las motivaciones que tienen las mujeres para integrar estos grupos armados, especialmente del terrorismo islamista:
- “Para recuperarse de relaciones, una relación amorosa o la pérdida de una persona amada.
- Para expresar insatisfacción que la afecta personalmente o como grupo y para empoderarse a sí misma o al propio grupo.
- Para vengarse de una violación.
- Para huir de la violencia, especialmente de la violencia doméstica.
- Para huir de la pobreza o del patriarcado.
- Para practicar venganza generalizada.
- Para obtener respeto.
- Para obtener salvación.
- Para resolver el aislamiento” (Krüger, 2023, pág. 3).
Como quiera que sea, las mujeres deben comprender, antes de asociarse a dichos grupúsculos, señala acertadamente Krüger, que “se les permite activar en ellas no para valorar la posición de las mujeres en dichas organizaciones sino para utilizar el cuerpo femenino como arma e instrumento” (Ídem, pág. 6). En este sentido, aquellas mujeres occidentales, especialmente menores de edad, que han decidido abandonar la Unión Europea para irse a casar con algún islamista desesperado y furibundo, deben pensarlo bien antes, porque no podrán retornar nunca más a su país de origen.
El problema de la necesidad de procesar el terrorismo provocado por mujeres se amplía, además, para aquellas mujeres primeras damas que, con su complicidad con el terrorismo político de sus esposos, han utilizado el poder y pretenden seguir utilizándolo para lanzarse en candidaturas presidenciales desde las cuales poder borrar las huellas de su corrupción y saqueo del erario. Es lo que ocurre actualmente, con la ex primera dama hondureña, Ana García de Hernández, que insiste en no querer rendir cuentas del narcoestado que conformó junto a su esposo, el expresidente Juan Orlando Hernández.
Y, resumiendo, no importa qué tipo de terrorismo político sea, si de ultraizquierda, de ultraderecha o de fundamentalismo religioso. Lo que debe importar es que todos usan los mismos métodos, especialmente el de las encerronas, con las cuales pretenden intimidar, acobardar y detener la lucha de las personas de Bien en su combate frontal y directo respecto a toda forma de violencia y de consagración y glorificación o Verherrlichung de la violencia. Por eso, es importante regular las redes sociales y el Internet, que son los medios por los cuales los terroristas reclutan a sus miembros o jóvenes desadaptados aprenden cómo comprar armas o hacer una bomba. ¡Seguiremos inquebrantables en nuestra misión de construir la paz perpetua en el mundo!