Dado el escalamiento de los problemas políticos, sociales y económicos, así como culturales en nuestra época de constante incertidumbre y perplejidad ante acontecimientos que denigran y dañan cada vez más y con mayor frescura a la dignidad humana y de la naturaleza en general, es preciso reflexionar sobre el carácter dialéctico de la verdad en filosofía para fundamentar la necesidad urgente de que aprendamos de la historia y nos hagamos finalmente responsables por los efectos negativos en un mundo que nosotros mismos hemos creado y seguimos creando.
En primer lugar, debemos rescatar el pensamiento correcto de Marx acerca de que la filosofía no es un conocimiento de puros conceptos lógicos al margen de la realidad, sino al mismo tiempo un proceso histórico que surge de ésta y se va decantando y conformando de verdades relativas que, a su vez, se van convirtiendo en verdades absolutas si prueban ser útiles y no dañinas para la Humanidad en su conjunto; y si prueban ser logradas como esfuerzo de las distintas generaciones por humanizar cada vez más el mundo en un proceso paralelo de hominización evolutiva de la especie humana, en el que nos vamos volviendo más humanos y menos bestias; más inteligentes y sabios; más maduros, responsables y sensibles, aunque a veces pareciera todo lo contrario.
Lo anterior significa que la verdad en filosofía no es una simple proposición de lógica formal o una simple interpretación individual de cada filósofo, sino un conglomerado de hechos históricos analizados críticamente que avanza acumulando fuerzas probadas en las experiencias positivas reales que van demostrando en la praxis ser válidas y viables como soluciones probadas a los problemas encontrados en la historia de la vida real y cotidiana.
De ese modo, en filosofía no es válido aquello que dañe, sobre todo en el tiempo presente, a la dignidad humana y a la naturaleza y eso implica tener un sentido crítico con la historia misma de las filosofías pasadas por si éstas han esbozado pensamientos absolutistas que ahora resultan incorrectos porque ya no son universalizables y no pueden ser ya validados por la filosofía contemporánea.
Por ejemplo, la aseveración de Nietzsche acerca de que “no hay verdades, solo múltiples interpretaciones”, considerada por algunos filósofos del presente de manera absoluta porque de hecho, encierra un matiz absolutista, no puede ya ser simplemente repetida y debemos someterla a análisis crítico para ver si aún tiene validez actual.
Si pensamos que no hay verdad ni verdades absolutas que no dañen la dignidad humana y de la naturaleza, estaremos viendo el concepto de verdad solo desde un punto de vista lógico ahistórico pero no en complemento con la continuidad histórica, como los esfuerzos de las distintas generaciones por lograr un patrimonio o cúmulo de aciertos humanos para la Humanidad, tanto en su pensamiento común identitario como especie, como en el mundo real de la experiencia social e histórica.
Esas verdades absolutas que se han ido logrando históricamente y como chispazos de las mentes más brillantes de la Humanidad, constituyen hoy en día, un patrimonio de esfuerzo cultural y ético logrado que ya no se puede negar y que no es una simple interpretación filosófica utilitarista o individual de alguna filosofía cualquiera.
Dichas verdades absolutas son por ejemplo, la esbozada por Kant acerca de que “el ser humano es siempre un fin, nunca un medio”; o que “la libertad es mejor y menos conflictiva que la servidumbre y el autoritarismo”; o que “la paz perpetua mundial es más válida y mejor que las guerras”. Ellas constituyen afirmaciones que son universalmente válidas porque protegen la dignidad humana y de la naturaleza en general, y son por ello universalizables como patrimonio común ya alcanzado por la Humanidad para su propio bienestar y su futuro, por lo que no tiene sentido dudar más de ellas.
Las verdades absolutas van surgiendo en el proceso histórico como verdades relativas que se ganan y alcanzan su carácter y contenido universal, a partir y en la medida en que constituyen procesos de enseñanza-aprendizaje para las personas y las sociedades, ya que cada generación se ve obligada a aprender de la historia y a actuar en función deliberativa a partir de las consecuencias de sus actos erróneos.
Por eso la verdad no solo es algo que fluye sin permanecer como señalaba Parménides, sino que también permanece en el sentido de que nos obliga a través de la praxis real, a asumir reflexivamente un aprendizaje de los hechos y las circunstancias reales y a transmitir dicho aprendizaje a las generaciones futuras. En este sentido, desde que la guerra se ha convertido en un fenómeno de potencia nuclear y atómica, esta no es solo para los utilitaristas algo negativo, sino para todo el mundo en general, por lo que tenemos la obligación moral de evitarla, y eso es cuidar de un patrimonio común de la Humanidad como verdad absoluta.
Y es, justamente, este proceso histórico del aprendizaje mutuo en los distintos individuos el que parece haberse perdido o ralentizado en la era de la negación de la verdad como banalización del mal que vivimos actualmente, como ha señalado con acierto la filósofa Adela Cortina.
Pareciera que ya no nos interesa aprender o que ya no encontramos sentido al aprender tanto de los demás como de la historia misma. Vivimos en una ignorancia reconfortante y cómoda, absolutizando conclusiones relativistas como frases filosóficas aisladas que tomamos a conveniencia con nuestros intereses individuales y particulares, sin querer responsabilizarnos por la historia y por el mejor criterio de la verdad: la experiencia concreta de los hechos reales para no dañar más al mundo. Olvidamos que la filosofía es la ciencia de la responsabilidad individual por la experiencia común.
El problema de la dialéctica de la verdad en filosofía es fácil de resolver: hay pensamientos filosóficos que también pueden devenir en ideología si se los repite como frases aisladas y solo como una jerga de lógica formal, al margen del proceso histórico del que han surgido. Pero la filosofía no es ideología y posee sus propios correctivos que debemos atender y asumir como científicos responsables.
Es fácil: todo lo que daña al ser humano y su entorno no puede ser aceptado y no debe ser aprendido ni repetido como algo válido, viable o necesario. Es una verdad absoluta contundente que los escépticos que duden de ella tendrán que probar en la experiencia de la vida. La filosofía está llamada a defender las verdades absolutas como procesos de humanización de la historia humana y como democratizaciones de la vida cotidiana real y concreta.
Ha llegado el momento de no obviar más la responsabilidad que tenemos como especie y como individuos por hacer del Planeta Tierra una real construcción universal objetiva de verdades absolutas que protejan a la Humanidad y aseguren su porvenir superando las ideologías egoístas e irresponsables, así como la envidia y la ignorancia. Aprendamos a decir no a todo aquello que nos daña.