Ho Chi Minh, el gran líder revolucionario de Vietnam, señaló que: “Aprendemos de los buenos ejemplos, no de los malos”. Y tiene mucha y sobrada razón. Relataré brevemente cómo fui aprendiendo yo de los buenos ejemplos en mi vida, tanto como revolucionaria y como filósofa estudiante y aprendiz, y cómo deseché, rechacé y resistí los malos ejemplos de aquellos que intentaron, sin éxito, corromperme y abatirme.
Mi camino no ha sido fácil, pero no me arrepiento de nada y acepto toda mi vida porque siempre supe triunfar en mis circunstancias y logré salir del paso, afianzando y fortaleciendo más mi carácter, mi inteligencia y mi coraje.
Inicié mi vida militante a los quince años en la Juventud Comunista de Honduras, durante los años ochenta, época de gran represión y efervescencia estudiantil y revolucionaria popular de la gente. Fui miembro de la organización estudiantil del Frente de Acción Revolucionaria (FAR) en el Instituto de Aplicación (IDA) de la llamada entonces Escuela Superior del Profesorado en Tegucigalpa, Honduras. También fui integrante de la Federación de Estudiantes de Secundaria (FESE) y dirigente estudiantil, participando en el Congreso de dicha institución en Tela, junto a los dirigentes de ultraizquierda, Divina Alvarenga, Erasmo Mairena, Roberto Zelaya, también miembros de la JCH, conocidos por gritar muy alto consignas en las asambleas estudiantiles.
Debido a mi delicado trabajo escalé posiciones de dirección y formé una célula de estudiantes revolucionarios en el IDA, de la cual fue integrante, entre otros compañeros, el actual conocido analista político y dirigente nacionalista, Edgardo Antonio Rodríguez Coello, en ese entonces muy entusiasmado con el trabajo social que desarrollábamos en los barrios y colonias de la capital, a tal grado que cuando nos graduamos de Bachilleres en ciencias y Letras, decidió estudiar la Carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, antes de ser periodista, y sobre todo, periodista del clan Hermes, conocido por su gran corrupción e impunidad en el gobierno del expresidente Juan Orlando Hernández.
Conocí personalmente a Tomás Nativí, quien con su moto se estrelló por ir a alta velocidad contra un muro, rompiéndose el cráneo y dando en el hospital, y quien tenía posturas ultraizquierdistas desde mucho antes de iniciada la etapa de la Doctrina de Seguridad Nacional en Honduras. Una vez, saliendo orgulloso de la cárcel, un compañero le preguntó por ¿cuánto tiempo creía él que yo resistiría si fuese encarcelada? A lo que Tomás respondió, mu ufano, que “dos semanas”. Lo demás es historia.
Tomás Nativí fue el principal responsable de la división del Partido Comunista de Honduras, el que dio el viraje hacia la lucha armada con la famosa línea de febrero más o menos en 1984. Ello, porque aprovechó que el líder comunista Rigoberto Padilla Rush, entonces Secretario General del partido, era dependiente emocionalmente del líder del Partido Comunista Salvadoreño y accedió a prestarle el territorio hondureño para que el Frente de Liberación Nacional y la guerrilla salvadoreña hiciera actos violentos para financiar la guerra. De ese modo, en un asalto a un banco murió un compañero de mi célula del IDA, al que pusieron a hacer esa “acción” a sabiendas de que tenía problemas motores. Mi padre se opuso a dicha “colaboración” con la ultraizquierda y a la lucha armada, porque decía que en Honduras no habían condiciones para una revolución y por eso lo expulsaron del PCH. De ese modo, empezó a escribir la Evolución Histórica de Honduras para ganarse la vida, porque ya no recibía un salario del partido como dirigente político. Mi madre sostenía la casa con su trabajo como técnica en laboratorio clínico en el Alonso Suazo y en un laboratorio privado.
Llegué a integrar la dirección de la JCH. Yo era la única mujer entre más o menos 12 compañeros varones que integraban dicha junta directiva. Nunca hablaba en las reuniones, no me atrevía, ya que era muy tímida y me daba miedo hablar, sólo escuchaba, pero leía mucho y así fui conociendo la fuerza del silencio. Me forjé mi conciencia siendo prácticamente muda, por eso creo que el filósofo Martin Heidegger tiene razón cuando dice que: “La conciencia habla única y constantemente en la modalidad del silencio”. Seguía, con ello, el buen ejemplo de mis padres, maestros y dirigentes políticos ambos, que inculcaron en sus hijos luchar por el sentido de justicia y la transformación pacífica del mundo desde el silencio y su fuerza imperecedera. A mis padres les estoy por eso infinitamente agradecida y nunca olvidaré su ejemplo formativo y su lucha personal contra el ultraizquierdismo virulento maoísta de la época. Mi padre me inculcó la lectura y el amor a los libros; mi madre el amor a mis hermanos y a mis semejantes y me hizo prometerle, desde muy joven, que nunca dejaría de escribir, por lo que me regaló, antes de salir al exterior, mi primera máquina de escribir de metal verde, marca OLIMPIA. Agradecimiento eterno. Hoy hablo más y escucho menos, pero siempre desde mi manera interactiva relacional lenta y comprensiva.
Con Edgardo, alias “Tony” Rodríguez, fuimos novios en la secundaria, pero él siempre fue un hombre tunante, infiel y promiscuo, que me escribía cartas que me hacían sentir fea, poco amorosa, sucia, torpe y mala. Conservo aún su declaración y promesa de amor eterno para mí que el tituló “Manifiesto Edgardista” y lo que allí hay escrito es denigrante y ofensivo para una señorita, por eso lo dejé y terminamos nuestra relación. Hoy está olvidado y ya es historia.
La violencia es infecciosa, si te contagias con ella, puede pasar mucho tiempo antes de que logres liberarte y veas que es una trampa mortal de autodestrucción. Cuando te atrapa con su golpe no te suelta y quedas dando vueltas sobre tu propio cerrado y rígido eje, sin darte cuenta de que la Tierra también tiene un movimiento simultáneo de traslación alrededor del sol. Pero nunca estuve sola porque Dios existe, no es una fantasía de nuestra imaginación. Estoy ahora convencida de que el origen de la violencia es la falta de amor de los que nos engendran y procrean, supongo que por eso y debido a su experiencia con su propio padre, “Tony” escribió en un escrito de un diario local, que, “Longino Becerra, era el único padre que había conocido”, sin embargo, a su muerte no nos envió condolencias ni estuvo en su velatorio y entierro. Hoy eso es historia.
Siempre seguí la ley moral inculcada por mis padres, sus principios y valores, y sufrí el acoso y la discriminación de las mujeres que no se acostaban con cualquiera tanto en Alemania Democrática como en Alemania Federal. Conocí la verdadera bacanal orgiástica que era la propiedad colectiva de las mujeres en el socialismo real de entonces, pero me conservé intacta hasta que conocí a mi esposo. Él fue el primero. Nunca lo olvidaré. Eso es historia relacional comprensiva, que no es la otra.
Con mi esposo aprendí que hay besos en la mejilla que son capaces de parar el tiempo; mientras que hay otros besos aparentemente apasionados en la boca que se olvidan para siempre, porque no son de caballeros. Creo que los cachurecos nacionalistas hondureños deberían de depurar sus filas porque tienen elementos como Rodríguez Coello que pertenecen a los periodistas corruptos del caso Hermes, que le hacen mucho daño al partido y a sus mujeres. Ello, porque como escribiese Mary Schelley en su novela “Frankenstein”: “¡Si no puedo inspirar amor, desencadenaré el miedo!”. El respeto por el entorno es la huella que dejamos en el tiempo. Los perdedores, señala la sabiduría popular, abandonan cuando fallan. Los ganadores fallan hasta que tienen éxito. ¡Ni olvido ni perdón!