No hay poder corruptor omnímodo, simplemente no existe como no existen las instituciones corruptoras en sí mismas, sino que son los individuos que las constituyen y conforman los que con su mala actitud y conducta viciosa, las deforman y condenan al fracaso, sometiéndolas a la ira e indignación global de la sociedad. De hecho, en historia, es el individuo el que, en última instancia, decide qué rol quiere jugar: si el papel de juez despiadado, agresivo y virulento de los demás y descubridor chantajista de sus supuestos y más profundos secretos sin asumir igualmente esas mismas condiciones a la propia circunstancia; o actor consecuente de palabra y de hecho con la moraleja más sencilla y simple de la vida: “procura comportarte como una persona a la que te gustaría conocer”.
En este sentido, si en última instancia, los individuos son los que son responsables por sus vidas y ello siempre se lleva a cabo en historia, incluso al margen del poder que se encuentre detrás, serán sobre todo aquellos individuos directamente conectados al poder mismo, los que deben tener cuidado de cómo viven sus vidas porque esa conexión comprometida les afectará más en las decisiones personales e individuales que tomen y dispongan. No son las instituciones las corruptas o el poder en sí, repetimos, sino los individuos que las componen y que hacen de ellas bien sea una interacción relacionalizante de definición y compromiso social, o una interacción deformante y vergonzosa para sí mismos y para los demás, al mismo tiempo que deformada, por lo cual éstas últimas terminan desapareciendo de la trascendencia vital histórica, igual que sus corruptores.
Las consecuencias de las elecciones y decisiones deformantes en la vida trae consigo siempre el pago de un precio y lleva al individuo a su propia segura decadencia, porque ello lo desvía del camino del amor verdadero que es el único que puede permanecer omnímodo y omnímodamente en el sendero de la luz activa de un corazón íntegramente apasionado por la vida y su transcurso existencial dignificado. Llevar una vida recta pese a que con ello tenga uno que vérselas con los que pretenden desviarnos del camino, y pese al riesgo de permanecer inadvertidos, siempre merece la pena total porque como señaló Alejandro Dumas, novelista y dramaturgo francés: “el bien es lento porque va cuesta arriba. El mal es rápido porque va cuesta abajo”. Por eso mismo, no es tan importante cuántas veces nos caigamos en la vida sino cuántas veces y cómo nos levantemos después para hacer del mundo un compañero caminante. Como dice el dicho razonable: “Camina y el mundo caminará contigo, detente y el mundo caminará sin tí. Tú eliges qué hacer”.
Qué no se culpe, entonces, al poder de todo el mal, o al Estado, o al sistema socioeconómico, o a la familia, porque es la conciencia interior del ser individual la que decide cómo quiere vivir una persona y cómo quiere culminar su propia historia, ó, en mejores palabras, cómo quiere sellar sus últimos días. Desde esta perspectiva, son sobre todo las personas carismáticas en las distintas profesiones u oficios, las que están más obligadas a usar la influencia que ejercen sobre las demás para realizar el Bien y mejorar decididamente el mundo y no para que éste se hunda más en el estrépito del vicio en la oscuridad sobre todo de la drogadicción y el alcoholismo con su muerte violenta. El poder no puede nunca corromper o corromper absolutamente si el individuo tiene bien claro que es el ego manipulador egoísta y egocéntrico el verdadero enemigo, y si, por tanto, el individuo no se deja instrumentalizar como marioneta de condescendencias y complacencias fácticas erróneas, que le hacen olvidarse de sus principios y valores más caros y limpios, que es lo que, en resumidas cuentas, le da sentido a la vida entendida plenamente. Se debe, en consecuencia, creer invariable e incansablemente en este axioma moral y cívico de protección de aquel individuo culturalmente más elevado que haya comprendido por eso la importancia de no ser tan sensible a las críticas y entender a los criticones para encontrarse en paz con su conciencia. De ahí, que, como dijera el infortunado joven, John F. Kennedy Junior: “la cultura es más poderosa que la política porque puede vencer inequívocamente la supuesta maldición de las familias y las generaciones en su condena visto como destino manifiesto de sus protagonistas a la falta de carácter”.
Hemos llegado, en esta repartición de regalos o Bescherung de Navidad a la convicción absoluta de la importancia de la enseñanza recibida por nuestro padre y amigo, Longino Vidal Becerra Alvarado, de regalar amor incondicional y el aprendizaje necesario para amar incondicionalmente. Y es así, que llegaremos, además, en este nuevo año 2023 que comienza, hasta la esfera más íntima de la historia personal definida y reconciliante con el pasado y el presente: la relación de cada persona con su conciencia interior para evaluar si es sembradora de futuro, el último peldaño de la gran escalera cuesta arriba de la paz igualmente interior.
Llegaremos hasta la conciencia interior del individuo y su existencia, la conciencia de cada individuo, es decir, el último reducto existencial donde nada se puede esconder o ocultar y que prueba que existimos sólo auténticamente cuando aceptamos en su totalidad todas las consecuencias de nuestros actos, buenos o equivocados.
Allí, en soledad, donde reina el silencio, el individuo humano puede sopesar y sopesará lo que haya hecho y tomará una decisión al respecto porque partirá de una pregunta visceral: ¿cuál ha sido y es el sentido de mi existencia: trascender la temporalidad histórica sin amargura porque siempre actué prudentemente, ó sucumbir a la frustración que provoca la impunidad que ayudé a sostener, y que me impide ahora elevarme a la altura del esfuerzo vital histórico con sentido de individualidad especializadora del bien que registra la función moral como un hecho natural asimilado? Usted decide, nadie puede decidir por usted.