La política actual en Honduras transmite un sentido de vacío o de vacuidad, desprovista de mensajes con contenido relacional y más bien, llamando a la confrontación, la polarización, el odio y la violencia, sumida en el más grave primitivismo irracional, como se puede deducir de las declaraciones de Mario Moncada, hermano de la candidata presidencial de Libre, Rixi Moncada. En esas declaraciones, Moncada invita a los pobladores hondureños a recibir con “guarizamas” o machetes a cada uno de los liberales que se presenten en los caseríos para pedirles su voto y darles, así, una buena “cachimbeada” o paliza.
El mismo clima de intolerancia hacia las críticas y la diferencia de opiniones se vive en la mayoría de las instituciones y oficinas gubernamentales del actual régimen de la presidenta Xiomara Castro de Libre. Se percibe un total desconocimiento de la política como un fin en sí mismo, y se reduce a esta a ser un simple instrumento, medio o mecanismo de implementación de intereses políticos partidarios irracionales, que utiliza, supuestamente, un lenguaje “campesino o propio de la zona rural” como se ha intentado justificar el incidente anterior. Para el caso, el doctor Marco Girón de Libre, ha señalado “que esto es parte del folclore político y este va a continuar porque los liberales y los nacionalistas han sido siempre violentos en la historia política del país y nos han asesinado a muchos de nuestros candidatos”.
Observamos con preocupación la ausencia total de espiritualidad de este falso continuismo violento y visceral que va contra la civilidad del esfuerzo genuino y auténtico por ganarse una población, y pensamos que la política hondureña tradicionalista de todos los partidos políticos por igual demuestra, también, la falta casi absoluta, de conocimientos de la Teoría y la Ética Políticas. No se habla desde la perspectiva de la racionalidad, la inteligencia, la sensibilidad social, la evolución política o la empatía, sino desde la crudeza, aparentemente, fuerte y necesaria, de un salvajismo y barbarie carentes de toda fuerza verdadera de la espiritualidad, que nos incitan a retroceder en la historia como si debiéramos retornar a la era de las cavernas y no hubiese habido ninguna evolución en nuestra sociedad.
La política no es un potrero, un circo ni una hacienda privada dirigida por caciques o jefes tribales desprovistos de vida interior como vida de la conciencia desde una mirada irrepetible porque se lleva a cabo desde el respeto y la empatía mutuos, es decir, conciencia que por eso no se pierde en la posibilidad de dar y otorgar perspectiva consciente. Por eso conciencia es actualizar el respeto en favor de la dignidad humana y la naturaleza en general. Para hacer política verdadera se precisa de la espiritualidad como conciencia individual de sí mismo para tener una conducta autoregulada, intradirigida y autocontrolada de cada político que se siente y piensa responsable por la colectividad que representa.
Como ha señalado Antonio Sánchez Millán: “Hablemos de vida espiritual, y hablaremos de la vida interior. Vida de la conciencia. Y si hablamos de vida de la conciencia, nos referimos a una actitud determinada, una perspectiva propia, una mirada irrepetible. Conciencia es perspectiva consciente. Pero también, nos referimos a un particular y concreto nivel de desarrollo de la conciencia. Conciencia es la actualización singular aquí y ahora de un potencial de vida […] Así se muestra. Así se expresa. De manera que este desarrollo puede acompañarse de un trabajo interior. Un trabajo espiritual que ejercite ese potencial de conciencia siempre presente en nosotros y lo vaya desplegando más y más” (Sánchez Millán, Filosofía de la Espiritualidad, pág. 2).
De ahí que el verdadero funcionario público o político es aquél que desea trabajar en sí mismo y en su desarrollo personal y usar palabras basadas en su capacidad de razonar no de violentar los derechos de los demás, por lo que, solo de ese modo dialógico puede poner su conciencia espiritual al servicio del bienestar de la comunidad que representa y que lo ha llevado al puesto del poder político que ocupa, y al que se debe. Este es el político o funcionario público que realmente sabe comunicarse con las demás personas y consigo mismo. En este sentido, las palabras son clave en toda relación humana, porque pueden construir o destruir: “La vida del espíritu puede experimentarse y compartirse. Es nuestra parte más intersubjetiva. Eso común y universal de nosotros, que a veces encontramos, se nutre de nuestra parte espiritual, y es capaz de conectarse de individuo a individuo, con todo el cosmos. También, aunque parezca muy complicado, usando las palabras. Indicando así al menos una dirección. Esa parte tan desconocida y repudiada -en nuestra cultura moderna- de nosotros mismos, que siempre está presente, operando. ¿Cómo, si no, podríamos comunicarnos entre nosotros cualquier relatividad, cualquier duda? ¿Cómo lo sabríamos que algo es dudoso o es relativo? ¿No estamos apelando continuamente a algo común y universal en nosotros mismos? […] Sólo necesitamos centrarnos en nuestro centro; centrarnos para ver. De ahí han surgido las más valiosas y creativas aportaciones filosóficas; no ha sido del nivel mental, que es subsidiario y herramienta para la manifestación existencial de lo que realmente somos” (Ídem, págs. 2-3).
Por espiritualidad no entendemos aquí la religiosidad o una religión determinada, sino la labor de la conciencia y el yo interior para poder expresarse de forma adecuada y saber de antemano lo que es correcto y está bien, y lo que es incorrecto y está mal, de acuerdo con una intuición inteligente y sintiente de la persona humana no soberbia ni altanera, que es capaz de reconocer un error y puede disculparse por ello.
Y, junto al autor Sánchez Millán, concluimos con la necesidad de la espiritualidad en el mundo y la política actuales: “Además de este nuevo y viejo valor de la espiritualidad, podemos anotar su necesidad actual. Necesitamos desarrollar, hoy en día, nuestra dimensión espiritual. Pongamos por caso el intento de mejorar el mundo en que vivimos: únicamente, quizás con un predominio de personas más desarrolladas espiritualmente (interiormente), más maduras personalmente -así también lo serán ética y políticamente-, más creativas, que no actúen de una manera condicionada, automáticamente, puede transformarse el mundo para que sea un lugar un poco mejor para vivirse. ¿Podremos cambiar el mundo si nosotros mismos no cambiamos? Se antoja harto difícil. Echemos un vistazo a la política de estos tiempos y al proceder de nuestros políticos profesionales (situados, la mayoría de ellos, en los niveles de desarrollo moral 1 y 2 de Kohlberg)” (Ídem, pág. 14).
Respecto al incidente de Mario Moncada, ni su hermana Rixi ni la presidenta Xiomara Castro se han expresado, ni para abogar ni para condenar el hecho. Pareciera que rigen la indiferencia ante la violencia que campea en nuestro país. Nos corresponde elegir mejor en las próximas elecciones, elegir a personas más maduras y por eso más confiables en su capacidad de gobernar y dirigir la nación a un camino de paz y bienestar genuinos.
Buen artículo Irma. Gracias.