La política posee una base espiritual que se encuentra más allá de la simple demarcación del poder como instrumento de sometimiento de la voluntad de los otros o las demás personas. Esa base espiritual tiene que ver con la duplicidad negativa y positiva de la libertad humana que consiste en la capacidad del individuo de “liberarse de” (libertad negativa) con la finalidad de “liberarse para” (libertad positiva) o resumiendo: libertad como destrucción inicial de lo que no es útil para construir lo que puede servirnos para ser mejores personas, sociedades y naciones.
En este sentido, podemos deducir de lo anterior que la base espiritual de la política se deriva de la necesidad del sujeto humano de aprender y aprehender una relación consigo mismo que sea liberadora de su conciencia interior para trasladar la esencia de identidad personal desprovista de ego, hacia la identidad colectiva que prepara la sublevación contra el poder político cuando este se muestra autoritario, totalitario, violento o antidemocrático.
La política como sublevación del espíritu libertario de los políticos y los ciudadanos no implica, así vista, un acto irracional o irreflexivo, basado en los impulsos, la ira, el enojo, la frustración o el miedo, sino un esfuerzo detallado por hacer cumplir de manera auténtica, los mandatos que exigen las leyes sociales que rigen a la misma política, entendida como aquel esfuerzo genuino por realizar, concretizar y acercar el Bien Común a las vidas existencialmente garantizadas de cada integrante de la sociedad y de la nación en general.
Desde esta óptica espiritualista, la política en sus bases fundamentales de ser conciencia de la propia individualidad como autonocimiento regulado del yo, no es únicamente un mero quehacer administrativo que distribuye numéricamente la justicia social, sino que en tanto base que contiene espíritu del ser, la política es ante todo un conocimiento social al servicio del bienestar de la comunidad.
La política como conocimiento social constituye el contenido posible y necesario del Bien Común que puede resumirse en los siguientes aspectos:
- “El bien común expresa el bien de una comunidad y se concreta en bienes comunes; es decir, hay un fin último que es la felicidad política común, pero hay bienes comunes, que son concreciones de aquel bien, de los que se benefician todos los ciudadanos.
- El bien común es el bien de todos y de cada uno. No es la mera suma de voluntades o preferencias particulares, ni se identifica con el bien totalitario de un todo.
- Es dinámico y vital. No es una entidad estática e ideal, sino que está arraigado en una realidad política concreta, que se mueve, que cambia, que aspira a fines, a bienes, a perfeccionarse, en tanto comunidad formada por personas humanas. El bien común, como fin, es sinónimo de búsqueda que posibilita la actualización de bienes concretos.
- La búsqueda del bien común se emprende sobre la base de valores/principios éticos universales, que son los que movilizan la acción humana. Además, el bien común posee una moralidad intrínseca; no es un simple conjunto de ventajas y utilidades, sino que implica aspiración a la rectitud […] de vida de las personas y hace posible la comunión en el bien vivir. La justicia y la rectitud moral se consideran parte del bien común; de ahí que éste exija el desarrollo de virtudes en los ciudadanos.
- La política del bien común está fundamentada en la dignidad humana y, por ello, implica y exige necesariamente el reconocimiento de derechos fundamentales de las personas. La sociedad tiene como valor principal la defensa de la vida de las personas y de su libertad de desenvolvimiento. Una política que trabaje por el bien común se implicará para que los miembros de una comunidad política se reconozcan en tanto que personas y se respeten como tales […]
- El bien común es también fundamento de la autoridad y del poder. La razón de ser de ambos radica en su compromiso con el bien común y en su inspiración última en él. El bien común hace, así, compatibles la autoridad y el poder con la esencial libertad humana.
- El bien común implica, a nivel económico, la justa distribución de las riquezas. Uno de los requisitos más importantes para que se dé una vida justa en una sociedad es el bienestar económico de todos sus miembros. Sin las necesidades básicas cubiertas no es posible, o es muy difícil, plantear algún tipo de proyecto político. Es necesario que se trabaje en una política de distribución de bienes para que todos puedan disfrutar de un mínimo económico y material. La injusticia y desigualdad en el reparto de bienes dan lugar al malestar social y es el caldo de cultivo para revoluciones, guerras y tiranías. La tarea del gobierno en relación con el reparto de bienes se concreta, en primer lugar, en la determinación de lo común, y, en segundo lugar, en proceder a su reparto justo y equitativo.
- Por otro lado, el bien común también supone que el Estado no sólo debe tener una función distributiva meramente económica, sino que, además, debe promover el bienestar espiritual de sus ciudadanos, fomentando, protegiendo y respetando su libertad. El Estado debe poner las condiciones necesarias para que el ser humano pueda desarrollarse y crecer como persona. La política debe comprometerse firmemente con los valores y trabajar por la educación en libertad.
- Las leyes son el principal instrumento del que se vale un gobierno para realizar el bien común. Éste constituye la razón de ser y sustancia del derecho, de la ley. Ésta debe estar inspirada en el respeto de la ley natural y de los derechos naturales de todo ser humano, que constituyen el fundamento y contenido esencial de toda ley positiva, escrita, promulgada.
- El bien común como paz social. “El fin al que debe mirar sobre todo la persona que rige una comunidad (política) es la realización de la unidad de la paz” [Cita de Santo Tomás de Aquino, IB]. Si faltase esta unidad cesarían también “las ventajas de la vida social, más aún, una comunidad en la que hay discordia es una carga para sí misma” [Ibídem, IB]. La paz es la condición sin la cual no es posible la justicia. El bien común busca la realización del orden ideal de la justicia política, y a su vez que la “sociedad, unida por el vínculo de la paz, sea dirigida a obrar bien” [Ibídem, IB]” (Teresa Gelardo Rodríguez, La Política y el Bien Común, Madrid: Gesedi, 2005, págs. 45-49).
Como podemos ver, las bases espirituales de la política en tanto fundamentos de la libertad intrínseca de la persona y la libertad colectiva respecto a los poderes fácticos de una sociedad determinada y el mundo, nos llevan a la necesidad de ver a la política como un conocimiento social, es decir, un conocimiento o conjunto de reflexiones, análisis, interpretaciones y opiniones racionales que no constituyen una mera implementación subjetiva voluntarista e instrumentalizada del poder político de los funcionarios públicos, sino un conocimiento que debe ser objetivo al canalizar los intereses individuales hacia el beneficio común de la colectividad. La política con base espiritual, es, por ello, no un mero discurso sino una comunicación dialógica basada en conocimientos analíticos acerca de lo que realmente constituye la función social de la sociedad: ayudar a las personas que la constituyen a relacionarse unas con otras de tal forma que sea posible materializar los intereses particulares solo si estos últimos se encuentran unidos al fin común de dichas relaciones sociales, que no es más que lograr que cada persona pueda aportar al bienestar común porque se la provee de insumos y bienes materiales que garanticen su bienestar económico y espiritual en y para la comunidad.