Theodor Adorno escribió en su libro “Dialéctica Negativa” y en contraposición a la tesis de Hegel acerca de que “el todo o la totalidad es lo verdadero”, que es necesaria una especial categoría de la negación dialéctica para superar la utilización y elevación de la categoría de identidad a una condición absoluta en los totalitarismos. Precisamente, los regímenes totalitarios adoptan la categoría de identidad absoluta para uniformar a todos los ciudadanos, los cuales son sometidos y se mantienen esclavizados al negárseles su condición del derecho a las diferencias individuales entre ellos, diferencias necesarias mientras no se trate de que unos individuos diferentes se opongan violentamente al resto de la sociedad y todos seamos tratados injustamente.
El estudio de la Dialéctica Negativa en nuestro tiempo nos lleva a reconsiderar algunos problemas que acarrea consigo la condición de las diferencias y las diversidades entre las personas si su trato está reducido a una identidad abstracta y absoluta entre las mismas. Por ello, decimos que los seres humanos somos todos iguales en deberes y derechos y poseemos una dignidad humana única e intocable. Pero, al mismo tiempo, los seres humanos somos diversos y diferentes individualmente y, por lo tanto, no somos de ninguna manera idénticos. Esa identidad es relativa e histórica ya que cambia con el tiempo, sobre todo para mejor.
Lo anterior significa que los miembros de la diversidad sexual, para el caso, no pueden identificar sus derechos diversos legítimos con los derechos de las mujeres y los hombres en general. Un hombre, por eso, con solo sentirse mujer no adquiere el derecho inmediato a entrar en el baño de las niñas y las mujeres, por ejemplo. Un hombre con solo sentirse mujer no puede participar en condición idéntica con una mujer en una práctica de boxeo porque se corre el riesgo de que noquee a su contrincante. Un infante con altas capacidades no puede ser reducido en su condición humana de especial inteligencia y capacidad intelectual, al resto de sus compañeros de clase, para el caso, aunque también deba aprender a convivir con las personas menos capacitadas intelectualmente que él o ella.
En el lado extremo, ocurre lo mismo con las minorías del neofascismo que son misóginos, racistas, discriminan a la diversidad sexual, a los migrantes, a los discapacitados y a todos los que son diferentes. Estas minorías de la ultraderecha neofascista también eleva la categoría de identidad absoluta para dominar de forma violenta y totalitaria a todos los grupos de la sociedad y especialmente a los que se les oponen. Estos son solo algunos ejemplos concretos de formas de aplicación de la categoría de identidad absoluta entre los seres humanos, cuando no se respetan los límites de cada condición triple humana: somos iguales, somos diferentes y no somos idénticos de manera absoluta.
Adela Cortina, en su conferencia titulada “Las raíces éticas de la democracia” nos habla de la categoría de diferencias legítimas, haciendo referencia, precisamente, a los límites que vienen condicionados por el respeto irrestricto al principio universal de la Vida y de la Vida Digna en la democracia. Para ello, señala que los ciudadanos deben estar unidos por una “amistad cívica” que los haga luchar juntos en búsqueda en libertad, autonomía, formación, cultura e independencia, de la meta y objetivo final de la sociedad que es la Justicia. Sobre esto señala la filósofa española: “Sin contar con un pueblo unido por la amistad cívica no existe democracia posible. La amistad cívica es la que une a los ciudadanos de un Estado, conscientes de que, precisamente por pertenecer a él, han de perseguir metas comunes y por eso existe ya un vínculo que les une y les lleva a intentar alcanzar esos objetivos, siempre que se respeten las diferencias legítimas. No se construye una vida pública justa desde la enemistad, porque entonces faltan el cemento y la argamasa que unen los bloques de los edificios, falta la “mano intangible” de la que habla el republicanismo filosófico. La mano intangible de las virtudes cívicas y, sobre todo, de la amistad cívica”.
Desde la concepción de democracia relacional o comunicativa los ciudadanos tienen pleno derecho autoconsciente de expresarse con argumentos válidos y validados por la labor formativa del ejemplo, tanto propio como de las demás personas ya que todos necesitamos guía y orientación en nuestra vida. La democracia relacional permite el diálogo entendido como mediación pluralista desde una actitud humilde pero firme que no se deja llevar por el ego o la megalomanía. Mediación relacional significa esforzarse por encontrar el punto medio o el equilibrio en las relaciones sociales, políticas, económicas y humanas en general, para crear consensos públicos vinculantes que hagan sentir a las personas valiosas y consideradas en su aporte individual al grupo social en su conjunto. En este sentido, la igualdad plena, las diferencias legítimas y la identidad relativa entre los seres humanos que conformamos la especie humana son vistos por la democracia relacional como individuos aportantes desde una razón dialogante iluminadora. Con Adela Cortina podemos definir así lo que significa verdaderamente el concepto de pueblo para este tipo de democracia: “Entendemos por pueblo […] un conjunto de ciudadanos, que discrepan desde el punto de vista de sus intereses, de sus preferencias o de sus cosmovisiones, pero están unidos por el diálogo racional, por su empeño en intentar pensar y razonar conjuntamente. No les une la emoción, ni sólo un foco puntual de interés, sino la amistad cívica, el debate público y la apuesta por el intercambio de opiniones, del que pueden obtener enriquecimiento mutuo y la forja de una voluntad común. Son ellos los que dan fe de que el hombre es un animal político, dotado de lógos, es decir, de razón y palabra para descubrir conjuntamente lo justo y lo injusto”.
Artículo sencillo pero profundo que describe como anillo al dedo la realidad irracional de nuestros políticos…