Por Roger Martínez
Hace ya algunos años que escribí una columna en la que me preguntaba cómo habíamos llegado a los niveles de falta de delicadez en el trato, de desconsideración e irrespeto de los que con frecuencia somos testigos o padecemos hoy. Y ahora, luego de la pandemia y de la crispación de la que tanta gente parece presa y que pulula en las redes sociales, esa situación irregular, nefasta para la convivencia civilizada, parece haber empeorado.
Hace ya muchas décadas, había en el currículum de educación secundaria una materia que se llamaba “Moral y Urbanidad”. En esta clase se procuraba desarrollar en los estudiantes unas competencias que les permitieran ser hombres y mujeres con los que interactuar no fuera un dolor de cabeza ni una especie de mortificación continua. Con ella se buscaba que la educación integral, que siempre han buscado los planes y programas de estudio de todos los países y regiones del mundo, incluyera unos contenidos que recordaran e hicieran ver a niños y jóvenes en proceso de formación que hay unas maneras de comportarse que hacen posible la coexistencia armónica y que contribuyen a la búsqueda del bien común. Se desarrollaban temas tan básicos y sencillos como las normas de cortesía elementales, saber comportarse en la mesa, vestirse según la ocasión o la importancia de usar un vocabulario que denotara un mínimo de cultura. La materia que, con el paso de los años, sustituyó a la anterior se llamó “Educación Cívica” y hacía más énfasis en asuntos relacionados con las leyes nacionales y poco más.
Claro está que las virtudes humanas indispensables para comportarse como persona, y no como animalito, se transmiten y se adquieren en el hogar; pero, sin duda, que la escuela lleva a cabo una labor de reforzamiento, y, así como están las cosas, de sustitución. Si en la familia me enseñan a ser cortés y en la escuela me lo refuerzan se gana mucho; y, si la familia no hace su trabajo como debería, con mucha mayor razón, con la estructura que una institución educativa tiene, habría que insistir en ello.
Si no nos falta sensatez y sentido común, de más está recordar que la cortesía no ha pasado de moda y que el respeto continúa siendo un hábito ético indispensable para la continuidad de la especie humana.
De ahí que no debemos caer en la provocación de los malcriados, que eso son: criados muy mal; “bajarnos el canasto”, como se dice popularmente y hacer de la ordinariez norma de conducta. Eso sería un gravísimo error.
Así que, poco a poco y de uno en uno, vayamos recuperando esos hábitos que nos hacen lucir más dignos y más humanos.
El autor Roger Martínez