Por Róger Martínez
Con el paso de los años, el ruido nos resulta molesto. Pero, también cuando se es joven, es necesario hacer unos paréntesis de silencio para pensar en cosas realmente importantes y hacer valoraciones que son necesarias para definirle un norte a la existencia. Además, hay actividades que exigen serenidad, paz. Para escribir, por ejemplo, muchas personas prefieren el silencio que suele reinar por las noches o buscar sitios apartados para dedicarse a la labor creadora. Los compositores hacen ordinariamente lo mismo. Hace falta recogerse, poder mirarse hacia adentro, para pensar con mayor claridad, para dejar fluir lo que se lleva en el interior y tener una mejor perspectiva del futuro.
El acelere, el frenesí, no dejan reflexionar adecuadamente. Cuando vamos por la vida atropellándonos a nosotros mismos y, obviamente, atropellando a los demás porque tenemos prisa, porque llevamos muchas cosas entre manos, porque las horas del día y de la noche, no nos ajustan, difícilmente podemos ver las cosas claras ni tomar decisiones sabias y ponderadas. “Chi va piano, va lontano”, el que va despacio va lejos, reza un antiguo proverbio italiano, o, como le dijera en algún momento don Quijote a Sancho: “vayamos despacio, Sancho, que vamos lejos”. Es decir, la prisa no es buena consejera; moverse todo el día no significa trabajar bien, a veces ni siquiera trabajar; ir de aquí para allá siempre, con sensación de prisa, pone en fuga a la inteligencia y nos pone en riesgo de cometer errores, de hacer barbaridades, “trastadas”, diría mi madre.
Por eso hay empresas que, para poder otear bien el horizonte, para definir planes a mediano o largo plazo, sacan a su gente de la actividad ordinaria, ponen incluso distancia de por medio y se la llevan a una especie de “retiro”, en donde puedan hablar y reflexionar despacio. Y es que solo con la cabeza tranquila se pueden tomar decisiones de cierta gravedad. Y si eso es necesario a nivel corporativo, también lo es a nivel individual.
Cuando se tiene miedo al silencio, cuando se evita la ausencia de ruido, cuando se prefiere la estridencia, es porque no se desea pensar. El silencio obliga a ver hacia adentro, a hacer examen, a reconocer los errores cometidos, a encararse con los personales defectos. Y no siempre estamos dispuestos a hacer lo anterior. Pero, para encontrarle sentido a la existencia, es indispensable saber callar, huir de la superficialidad, frivolidad más bien, y vernos en el espejo de nuestra intimidad. En la medida en que nos conozcamos mejor y mejorar, sabremos hacia donde vamos.