La reflexión teórica y política acerca de la utopía social en América Latina ha estado siempre presente de manera indirecta y general en todo el pensamiento latinoamericano desde la Independencia de España en 1821 y años posteriores. Así, encontramos una Ilustración moderada o Aufklärung en América Latina encabezada por procesos de independencia en los próceres José Martí en Cuba, Francisco Morazán Quesada en Honduras, Simón Bolívar en Venezuela, etc., que dieron su vida por el bienestar de sus pueblos y naciones, y esbozaron visiones sociales acerca del futuro independiente del continente latinoamericano, que aún hoy conforman las principales reflexiones de la filosofía en América Latina.
Problemas tales como la necesidad de la interculturalidad; el acercamiento y el diálogo entre culturas diversas; la democratización y humanización de la sociedad; la existencia de una filosofía propiamente latinoamericana, etc., constituyen problemas esenciales de la reflexión que en América Latina adopta el futuro del continente en tanto utopía social.
Sin embargo, en la actualidad ha surgido, a raíz de las situaciones económicas precarias y enormemente desiguales, un nuevo problema que preocupa a la reflexión filosófica latinoamericana y que pone en jaque su capacidad de resolver preguntas filosóficas cruciales. Se trata de la determinación del futuro cercano del continente en sociedades sitiadas por el crimen organizado y el narcotráfico que ponen en duda la existencia de los propios Estados y la democracia representativa en dichos países.
Este problema es la irrupción en la vida cotidiana y en el oficio de los gobiernos de vínculos directos con el crimen organizado y el narcotráfico, que han cooptado y secuestrado las instituciones públicas, denigrado las virtudes y los valores morales, sumiendo en el vicio y la violencia a las sociedades latinoamericanas en todos los aspectos de la vida social y política de las mismas.
Las preguntas que, entonces surgen para la reflexión filosófica tienen que ver con las formas en que se pueden combatir dichos flagelos y más concretamente, con el hecho de si se puede dialogar con dichas fuerzas criminales o no, para convencerlas y forzarlas a abandonar sus prácticas dañinas para las personas y la sociedad en su conjunto.
Es una pregunta concreta desde la utopía social que nos exige el diálogo desde la teoría del quehacer comunicativo de Jürgen Habermas, pero que en América Latina se convierte en un verdadero desafío para el que dicha teoría no tiene respuesta. Ello, porque el diálogo que ella propone es para sociedades de ciudadanos con mayoría de edad, autoconscientes de su desarrollo, su democracia consolidada y de sociedades bien organizadas, cosa que aún no es el caso en Honduras y en América Latina.
¿Cómo dialogar con delincuentes? ¿Y cómo dialogar, incluso con ex presidentes acusados de corrupción y vínculos directos con el narcotráfico, que, incluso están siendo juzgados en Estados Unidos por dichos delitos? ¿Cómo entablar diálogos sinceros si sabemos que dichos individuos no van a deponer fácilmente su actitud cómplice ya que les guía la ambición y el ansia de poder?.
También, en la reflexión filosófica acerca de la capacidad utópica del diálogo entre fuerzas adversas, muchas de ellas carentes de Ética y civilidad, encontramos la necesidad de cuestionar críticamente el papel de los mismos ciudadanos en la organización y el funcionamiento moralmente correcto de sus propias instituciones y sociedades en general. De hecho, debemos preguntarnos desde la filosofía acerca del ¿por qué los ciudadanos dejan que sus sociedades sean penetradas por dichos flagelos y no actúen en consecuencia y activamente para impedirlo? ¿Por qué los ciudadanos se dejan seducir por el vicio y las adicciones y la violencia que éstos últimos significan y representan.
Una probable respuesta es que rigen el temor y el miedo entre los ciudadanos y una falta de mayor coraje, ya que ellos son sometidos al terror tanto por los narcotraficantes como por el mismo Estado que los persigue y no los protege ante la expansión de una verdadera “guerra de la drogadicción” en nuestro continente. La violencia se ha convertido en un negocio, igual que el tráfico de droga que la estimula. En esos procesos de violencia, el diálogo comunicativo no parece jugar un papel preponderante y más bien se presenta como una fórmula débil y sin sentido. Además, los mismos funcionarios gubernamentales son, en su mayoría, cómplices de dicha situación imperante. ¿Qué hacer, entonces, desde el esbozo de las utopías sociales para garantizar el futuro de las sociedades latinoamericanas en las que casi nunca han prevalecido el diálogo y el espíritu comunitario para el ejercicio del Bien? Y, ¿qué puede hacer la reflexión filosófica como horizonte abierto de futuro para garantizar la existencia de dichas sociedades.
Pues, creemos que, en primer lugar, se debe empezar por legalizar las drogas de manera controlada en los países industriales, corresponsables de la situación de violencia que impera en las naciones periféricas. Además, se debe, en segundo lugar, realizar un proceso de formación masiva ciudadana en todos los países por igual que eduque la conciencia de los ciudadanos acerca de la necesidad de cuidar su salud física y mental, de defender los valores morales y éticos, para poder establecer diálogos sinceros, tal como aconseja la teoría de la acción comunicativa de Habermas.
También, en tercer lugar, se debe fortalecer el Estado de Derecho para hacer prevalecer las instituciones y liberarlas de funcionarios que se someten a las prácticas corruptas y criminales que atentan contra el bienestar y el desarrollo de la sociedad. Ello pasa por un mayor control de las prácticas de elección de magistrados y jueces en el sistema judicial de los países. Y, además, y pese a todo, debemos producir teoría filosófica que abogue por el diálogo comunicativo entre todos los componentes de las sociedades para generar concepciones filosóficas de utopía social relacionales que nos unan en un ideal renovado por construir relaciones sociales y económicas que supongan bienestar material para todas las familias y no solo para ciertos grupos.
La utopía social como concepción de futuro cercano para América Latina tiene, de ese modo, que indagar acerca del ¿por qué necesitamos Ética y para qué necesitamos Utopía en tanto diálogos comunicativos responsables para civilizar nuestros intereses comunes y particulares. Así lo desearon nuestros próceres latinoamericanos que, tal parece hemos olvidado y que precisamos traer a la memoria y hacia el porvenir histórico.
La felicito Dra. Becerra por su excelente artículo. ¡Siga adelante!
Excelente reflexión Dra Becerra.
Este País necesita intelectuales como usted que expongan sus pensamientos.
Muchas gracias Doctor Alonzo! Me da ánimos para seguir adelante.
La utopía social es un elemento a analizar en nuestro actual gobierno, su artículo nos pone a reflexionar sobre la situación de Honduras, es necesario que aprendamos a reconocer estos fenómenos y por supuesto a evitarlos, la felicito por la excelente revisión.
Muchas gracias por su comentario. Tiene razón, las estructuras del narcotráfico y la violencia que dejase el expresidente Juan Orlando Hernández en Honduras, siguen vigentes y entorpecen la realización de la utopía social en nuestro medio. Debemos sensibilizarnos y concientizarnos para impedir que dichos flagelos dañen más las relaciones humanas en nuestra sociedad, y esa ha sido la finalidad de este artículo.