Libertad responsable

Por Róger Martínez

Mucho se ha dicho y escrito sobre la necesaria correspondencia que hay entre el ejercicio de la libertad y la consecuente asunción de la responsabilidad de las consecuencias de nuestras acciones libremente realizadas. Pero como, hoy por hoy, es necesario repetir lo obvio, lo que es evidente, pienso que una reflexión al respecto contribuye a la formación de la conciencia ética de los que, no tengo idea si son pocos o muchos, cada miércoles leen esta columna.

Un rasgo, una característica de los seres humanos es que tenemos la capacidad de tomar decisiones, de remontar los estados de ánimo, de superar obstáculos y de echar mano de virtudes como la fortaleza o la reciedumbre para acometer empresas que exigen esfuerzo e implican sacrificio. Con una voluntad bien entrenada, mujeres y hombres, podemos abandonar la comodidad, poner a un lado la pereza o la desgana y llevar a cabo acciones que pueden ser calificadas como heroicas. Tan libres somos que podemos decir sí, o decir no, aspirar a la excelencia y optar por lo óptimo. Pero, esa misma libertad, esa capacidad de tomar decisiones, puede llevarnos a tomarlas equivocadas, a cometer errores, a tomar opciones que, a mediano o largo plazo, pueden a causar daño.

Y el problema con el que nos enfrentamos radica en que, por falta de formación o por cobardía, no siempre estamos dispuestos a apechar, como decía al principio, con las consecuencias de lo que hemos hecho. Puede darse más bien que, ante consecuencias no deseadas o negativas, se busquen culpables fuera de nosotros, huyamos   o intentemos rechazar nuestra innegable culpabilidad. Alguien que libremente se emborracha, por ejemplo, y pierde su autocontrol no siempre está dispuesto a responsabilizarse de las torpezas provocadas por su embriaguez ni a reparar cualquier daño que haya causado. Los imprudentes, en general, son campeones de las justificaciones y viven en permanente negación.

El archiconocido psiquiatra austríaco Víctor Frankl dijo alguna vez que, así como en la Costa Este de los Estados Unidos se levantaba la estatua de la libertad, en la Costa Oeste debería elevarse la de la responsabilidad, para significar que para poco sirve al ser humano disponer de la capacidad de tomar decisiones si luego no va a ser capaz de responsabilizarse de lo que luego suceda por esas decisiones.

De modo que, es indispensable echar mano de la “genitrix virtutum”, la madre de todas las virtudes, la prudencia, para reconocer que toda decisión que se tome y toda acción que se acometa tendrá una consecuencia y que habrá que asumirla aunque no nos guste.

 

Por Irma Becerra

Soy escritora e investigadora independiente hondureña. Me he doctorado en Filosofía con especializaciones en sociología del conocimiento y política social. He escrito once libros y numerosos ensayos sobre filosofía, sociología, educación, cultura y ética. Me interesa el libre debate y la discusión amplia, sincera y transparente. Pienso positivamente y construyo formación ciudadana para fortalecer la autoconciencia de las personas y su autoestima.