Por Alex Navas
La Corporación Latinobarómetro en su informe “La recesión democrática en América Latina 2023”, señala puntualmente que: “Valen más los personalismos, que terminan opacando a los partidos políticos. Esta debilidad conduce a la atomización del sistema de partidos y se desploma su imagen y legitimidad. …Los personalismos y la debilidad de los partidos políticos que entregan aún más poder a las personas en cargos de responsabilidad son algunos de los elementos más perversos que socavan la democracia”[1]. Esté Informe también señala que Honduras es uno de los países que menos confianza tiene en el sistema democrático y en los partidos políticos.
Este desgaste de los liderazgos y partidos políticos, especialmente el denominado bipartidismo (Partido Nacional y Partido Liberal), se debe a múltiples factores que han venido arrastrándose históricamente, derivados de la corrupción, caudillismo, vínculos con estructuras de criminalidad organizada y la ineficacia de cumplir con las obligaciones pactadas entre la sociedad y el Estado, ampliando con esto, el espectro de la desigualdad y la degradación del desarrollo humano. Repensar el paradigma del ejercicio del poder, significaría la respuesta para reconstruir la democracia y establecer las bases para una gobernanza efectiva, basada en la justicia, inclusión y la participación ciudadana.
Los discursos cargados de contenidos demagógicos, la protección a personajes vinculados a actuaciones criminosas y el alejamiento significativo de la realidad nacional, solo acrecientan la desconfianza de la sociedad hacia los liderazgos políticos, que ve en ellos como “parásitos” que viven del erario, llegando a ocupar puestos en el sector gubernamental sin el menor esfuerzo profesional, siendo su único mérito, ser dóciles al poder y cercanos a las cúpulas de los partidos y los caudillos. Es correcto señalar que, tanto en la administración pública como en las instituciones partidarias, hay funcionarios de todos los partidos con un alto nivel profesional y ético, que responden a los valores democráticos y constitucionales que les demandan la ley y la población. Lamentablemente, esta no es la constante en la lógica de los partidos, sino más bien las excepciones a la regla.
En Honduras, los partidos políticos, especialmente los que han ejercido el poder, se han encapsulado en agendas internas, siguiendo guiones establecidos por los “dueños” de esas instituciones políticas, alejándose cada día más del bienestar común y de la renovación a lo interno de sus cuadros y liderazgos, quedando expuestos a un desgaste deslegitimador, que implosiona las bases del sistema político y de la misma sociedad, como lo señala el Informe de Desarrollo Humano (2022): “Los partidos políticos se caracterizan por una debilidad institucional fundamentada en responder a los procesos electorales más que a una visión política moderna e integral, precisamente estos institutos son una expresión de la sociedad hondureña que se han nutrido de prácticas tradicionales reproducidas a lo largo de la historia… La cooptación de partidos políticos o sus facciones para obtener apoyo a iniciativas es un problema de la sociedad hondureña. Este es un medio para acrecentar el poder político de gobernantes autoritarios y sus élites de apoyo.[2]”
La desconfianza en la democracia hondureña deviene de contextos históricos y estructurales, donde el sistema está diseñado para fallar cuando se trata de cumplir con la ley e institucionalizar una cultura de transparencia y rendición de cuentas, empujando al destierro perenne al “héroe” que pretenda cambiar las reglas del juego o redireccionar la distribución de privilegios que tienen las élites. Esto puede crear un juego peligroso en la frágil democracia hondureña, especialmente con los denominados “offsiders” que apalancados en su disfrazada “apoliticidad”, ocupan un espacio olvidado por los partidos políticos y de sociedad civil, muchas veces generando el espejismo de soluciones innovadoras y mesiánicas, pero en la práctica, impulsan políticas alocadas, enraizadas de delirios autocráticos, que a largo plazo erosionan los pilares que sostienen el Estado de Derecho.
Todos los partidos políticos deben avanzar hacia un mecanismo más participativo, incluyente y asertivo, donde la sociedad pueda tener más libertades de ejercer un control político y social de sus instituciones, acallando los tambores de guerra del “cesarismo” y avanzar en la búsqueda de revitalizar una democracia decadente, que anhela encarecidamente liderazgos transformadores, cimentados en la ética y la capacidad de operar el poder de una forma independiente y eficaz. La democracia moderna no solo se trata de ganar las elecciones y de entronizar a los “obedientes” en las esferas del poder, sino más bien, generar las transformaciones que apunten al desarrollo institucional, el bienestar común y el cambio de paradigma en la administración de la cosa pública.
Solo de esa forma, el sistema político podrá subsistir al apocalipsis de la desconfianza y la incertidumbre y convertirse en alternativa potable para una gobernabilidad democrática, de lo contrario, los partidos políticos estarán condenados a reducir sustancialmente su radio de influencia y la sociedad buscará otros mecanismos alternos para avanzar en el fortalecimiento sustantivo del Estado de Derecho, compatible con las necesidades de la población y los desafíos de las nuevas realidades. Esto también es una labor de la sociedad, que debe enfrentar estos retos de forma asertiva y participativa, generando los cambios para transitar hacia una cultura ciudadana, como lo señala la filósofa Hannah Arendt: “El ciudadano participativo no se ciñe a lo político sino sobre todo a la actividad de la esfera compartida de la convivencia. Tampoco se confunde con el militante, a quien absorbe la militancia hasta agotar su criterio independiente y la distancia necesaria que debe poseer el buen ciudadano frente a toda obediencia ciega. Militancia y participación son cosas esencialmente distintas”[3].
[1] Corporación Latinobarómetro (2023). La recesión democrática en América Latina. Disponible en: file:///C:/Users/Alex%20Geovanni%20Navas/OneDrive/Documents/F00016664-Latinobarometro_Informe_2023.pdf
[2] PNUD (2022). Informe de Desarrollo Humano. Honduras. Estado de Derecho. Fundamento para la Transformación 2022-2030. Hacia una agenda ciudadana. Disponible en: file:///C:/Users/Alex%20Geovanni%20Navas/OneDrive/Documents/pnud-hn-idh-honduras-2022%20(1).pdf
[3] Hannah Arendt. Los orígenes del Totalitarismo.
Pero la fortaleza comunitaria es latente solamente a nivel local. Los caudillos manejan los macro intereses de grupos económicos y desde ahí consiguen votos a nivel local. Soy de la opinión que se consolida la democracia desde el municipio y desde ahí se hacen funcionar las instituciones.
El abogado Navas ha contestado lo siguiente a su comentario: “Estimado David: Coincido contigo, el municipalismo es la clave para evitar la consolidación del poder y es desde los territorios que se construye una verdadera democracia participativa. Solo agregando a tu análisis, el Edo. de derecho se fortalece desde todos los sectores, gremios, sindicatos, asociaciones y por supuesto los municipios. Depende de todos. Saludos”.