Liderazgo ético y lucha contra la corrupción

A raíz, de los últimos escándalos de corrupción en el sistema de salud, finalmente denunciados por el destituido ministro de Salud del gobierno de Xiomara Castro, el señor Matheu, en el que se habla de un préstamo de China por 3,000 millones de lempiras de los cuales no se sabe a dónde han ido a parar, se vuelve imprescindible debatir acerca de la necesidad de establecer un liderazgo ético en nuestro país, Honduras, con el cual se combata frontalmente la corrupción y la impunidad que campean en la actualidad.

Habíamos querido creer que la ultraizquierda liberal-trotskista-maoísta que gobierna con el Partido Libre desde 2021 en Honduras, iba a comprometerse seriamente en una gobernanza libre de corrupción y de abuso de poder, y puesta realmente al servicio de la función pública del Estado, prescindiendo y superando los vicios de los partidos tradicionales, Liberal y Nacional, que han usado los puestos públicos y el poder político para distribuírselos en base a sus propios intereses y ambiciones personales. Nos hemos equivocado. La corrupción continúa, la lucha por los puestos claves en la maquinaria estatal y sus instituciones es abiertamente cínica e irresponsable, y el juego a la democracia sigue realizándose contra el propio pueblo, el cual languidece en una miseria y una pobreza sin oportunidad de obtener justicia verdadera y socialmente correcta y responsable. En este sentido, puesto que Libre controla el Ministerio Público, no creemos que vayan a ir contra sus propios políticos y funcionarios públicos abusivos, y no los van a llevar a juicio y a la cárcel. Es por eso, que no nos queda más que denunciar y hablar de la urgente necesidad de endurecimiento de los pueblos de todo el mundo en el principio de cero tolerancia democrática hacia todo acto de corrupción e impunidad cometidos por funcionarios públicos y políticos deshonestos y desprovistos de ética, que atentan contra la ética y no la quieren tomar en serio.

¡Iremos de individuo en individuo! Porque los humanos somos capaces de auto cuidarnos y cuidar de los demás sin desviarnos del recto camino de los valores y los principios morales que es lo que nos exigen la voluntad y la conciencia humanas nacidas para ejercer el Bien en el mundo. Esa es la verdadera condición humana: la capacidad de ejercer el Bien a partir de la conciencia de que las propias necesidades deben coincidir con las necesidades socialmente correctas de los demás, y ello exige alejarse de los vicios, las adicciones, los intereses egoístas, la falta de educación, formación y respeto y las ambiciones desmedidas de riqueza material.

Desde esta perspectiva, el liderazgo ético puede definirse como “la manifestación de conducta normativamente adecuada a través de las acciones personales y las relaciones interpersonales, y la promoción de dicha conducta a los seguidores a través de la comunicación de dos vías: el refuerzo, y la toma de decisiones” (Brown, Trevino y Harrison, 2005, p. 120).  Para el liderazgo ético verdadero es crucial la rendición de cuentas, la autoevaluación, la autocrítica y la autoformación en medidas de desarrollo que conduzcan a toda la ciudadanía a fortalecer la democracia participativa del Bien Común y no a debilitarla.

Daft resume las siguientes diez actividades de un líder moral:

  1. “Desarrollar, articular y defender altos principios morales.
  2. Concentrarse en lo que es correcto para la organización y para todas las personas involucradas.
  3. Dar el ejemplo que desea que los demás sigan.
  4. Ser honesto consigo mismo y con los demás.
  5. Expulsar el miedo y eliminar los problemas de los que no se pueda hablar.
  6. Establecer y transmitir políticas de ética.
  7. Desarrollar agallas: mostrar tolerancia cero hacia las violaciones éticas.
  8. Recompensar la conducta ética.
  9. Tratar a todos con justicia, dignidad y respeto, desde el nivel más bajo de la organización hasta el más alto.
  10. Hacer lo correcto tanto en su vida privada como en la profesional, incluso si nadie se está fijando” (Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el delito, Educación para la Justicia, Módulo 4, Liderazgo Ético, Viena, 2019, pág. 17).

A su vez los cinco principios de liderazgo ético de Northouse son los siguientes:

  1. “Los líderes éticos respetan a los demás.
  2. Los líderes éticos sirven a los demás.
  3. Los líderes éticos son justos.
  4. Los líderes éticos son honestos.
  5. Los líderes éticos crean comunidad” (Ídem, pág. 17).

Basado en el listado anterior, señalamos con contundencia que una verdadera política de Estado no tolera funcionarios públicos y políticos que carezcan de agallas para defender los valores y principios éticos y que titubeen y vacilen al momento de luchar contra la corrupción, el abuso de poder, el autoritarismo y la impunidad en un gobierno, en todo gobierno. Ello, porque esa actitud cínica implica soberbia al gobernar ya que no crea comunidad ni espíritu comunitario, sino que atenta contra los lazos y vínculos sociales que mantienen la armonía y la cohesión en una sociedad, así como la unidad de sus miembros para servir a fines comunes de desarrollo democrático auténtico y no servil o de clientelismo familiarista.

Según define Brisa Edeny Reséndiz Reyes “la corrupción consiste en un acuerdo ilegítimo entre un corruptor y un corrupto, en el cual abusan de su poder público para el logro de beneficios particulares, que no favorecen al bien común. Por eso causa malestar estomacal, es cruel e inhumano que habiendo tanta gente necesitada existan personas egoístas a quienes no les importa a quiénes aplastar para estar en la cumbre y abusan de la confianza y poder que se les otorgan para ser instrumento de desarrollo” (Ibero Forum, primavera, núm. I, año I, 2006).

Como continúa explicando la autora anterior, “la legislación designa a los partidos como los únicos instrumentos para acceder al poder político, pero si tales instrumentos están viciados, en poco o nada podrán contribuir a que se fortalezca la democracia de nuestras naciones, pues la corrupción encontró puertas abiertas en las diferentes administraciones públicas, enfrascadas en atender los problemas de seguridad interna. Esos grandes problemas de la corrupción tienen su base en la ausencia de la ética. Se ofrece al funcionario público cualquier objeto de valor u otros beneficios como favores, promesas o ventajas, a cambio de que realice u omita cualquier acto en el ejercicio de su función pública, relacionado con una transacción de naturaleza económica o comercial que beneficie injustamente. Ahí es donde éste demuestra su falta de valores, tales como la responsabilidad, la lealtad, el respeto y la honestidad, y es una pena que personas con tan baja calidad representen a nuestro pueblo, legislen o vigilen nuestras leyes y puedan llegar a cargos importantes” (Ídem, págs. 3-4).

La autora anterior retrata la situación de México, que podría muy bien ser la nuestra: “Se necesita un presidente con calidad moral, pero que además tenga la capacidad política suficiente para conducir […] por un mejor camino. Desgraciadamente la corrupción también daña indirectamente a la salud física y mental de la población. Actualmente vemos en la televisión programas de entretenimiento o anuncios comerciales que no cumplen con ningún aspecto necesario para transmitirse y que influyen negativamente en la educación moral; vemos productos alimenticios con nulo valor nutricional y una gran red distribuidora que los hace llegar a todos los rincones del país, y empeorando la situación, los medios de comunicación que presentan mensajes para que la gente consuma lo que las compañías necesitan vender. Todo esto siendo permitido en contra de nuestras leyes. Otro efecto, no menos grave, es que la corrupción aleja de las tareas públicas a aquellas personas que podrían prestar un servicio al bien común con su participación. Y por el contrario, fomenta las comisiones ilegales a los partidos políticos. En definitiva, un clima social de engaño y mentira en el que todo se mide en función del dinero y del poder, y en el que se pierde, poco a poco, la referencia que tan importante es, y que a pesar de todo, es la referencia fundamental del sistema democrático. Por lo tanto, la corrupción inhibe el desarrollo de los pueblos, debilita la institucionalidad democrática, crea la desconfianza de la gente hacia la clase dirigente, erosiona la formación de valores ciudadanos y brinda la oportunidad para que broten otros tipos de corrupción como la administrativa y la económica; creándose así un círculo en el que también se incluye a la pobreza y la seguridad pública” (Ídem, pág. 5).

Ante esto, no queda más que desarrollar y fortalecer la tolerancia cero en los ciudadanos hacia los funcionarios del Estado y gobierno, así como a todos los que “tienen cuello” y roben y desvíen los fondos del erario para sus propios bolsillos. ¡A desarrollar agallas ciudadanas, todos y todas a combatir firme, fuerte y contundentemente la corrupción y la injusticia de su impunidad! ¡Queremos justicia popular!

Por Irma Becerra

Soy escritora e investigadora independiente hondureña. Me he doctorado en Filosofía con especializaciones en sociología del conocimiento y política social. He escrito once libros y numerosos ensayos sobre filosofía, sociología, educación, cultura y ética. Me interesa el libre debate y la discusión amplia, sincera y transparente. Pienso positivamente y construyo formación ciudadana para fortalecer la autoconciencia de las personas y su autoestima.

2 comentarios

    1. Gracias estimada amiga filósofa, María Victoria Talavera. Seguiré trabajando aspectos de este tema en próximos ensayos.

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