La sociedad patriarcal, de cualquier sistema económico capitalista o socialista de que se trate, posee una pulsión de muerte y autodestrucción que le impide avanzar más allá de la desilusión que nos provoca a todos los seres humanos, por igual, nuestra mortalidad. Todos quisiéramos vivir por siempre y no morir. Todos no comprendemos el ¿por qué vivimos si tenemos que morirnos algún día?, ¿Qué sentido tiene este absurdo? Y, la sociedad patriarcal de aquellos hombres machistas y violentos solo es la expresión de esa propia debilidad infranqueable de que un día la pelona vendrá por nosotros y no podremos hacer nada por impedirlo.
Quizá por esa misma razón, mucha gente prefiere vivir solo el presente y vivir de forma acelerada e irresponsable para morir más rápido y alcanzar la eternidad. Creemos, falsamente, que lo más importante es la vida eterna más allá de la muerte física y por eso que es mejor morir que vivir. Y, de ese modo, en esa obsesión con la muerte y su culto acelerado, irresponsable y rápido, surgen todas las miserias humanas que aquí tienen su origen más acabado y fundamental y que, por ello, exige de todos nosotros que practiquemos no la lástima despreciable sino la compasión y el cultivo del corazón en la historia. Esta última ha transcurrido sin que en ella exista la compasión por los seres humanos desde estos mismos para consigo mismos, en tanto autocompasión, autocomprensión y autocuidado.
Creemos entonces, falsamente, que la verdadera felicidad arriba con la muerte y el descanso de la vida que ella representa porque nos priva de toda responsabilidad por vivir y por vivir dignamente. Esta es también la razón por lo que la Humanidad se niega a aprender, sobre todo del pasado, y que constituyen los errores en la historia personal y humana. No queremos aprender, desaprender ni reaprender en nuestras vidas a convivir en paz, con armonía, amor, sinceridad, amabilidad, respeto y comprensión hacia nosotros mismos y las demás personas, sean estas cercanas o lejanas. Preferimos guiarnos no por la pulsión de vida, sino por la ira y la cólera de la pulsión de muerte para parecer más fuertes, más machos, más hombres, más radicales.
Preferimos olvidar que siempre en toda acción, lenguaje y obrar humanos, se encuentra encubierta y oculta una lección de aprendizaje, ya sea para bien o para mal, y que ese contenido de nuestro propio ser siempre acaba por impulsar la vida hacia adelante, aunque nos neguemos y ceguemos a ello. Es lo que le ocurrió, para el caso. al cantante John Lennon y su familia.
A Lennon lo mataron por escribir la canción “Imagina” en la que predica un mundo sin países y fronteras, una paz y una liberación de las riquezas y las posesiones, estando él casado con una japonesa y siendo millonario, e imaginando un sueño libre de violencia siendo que él golpeaba mujeres y se ufanaba de ello. Luego, en vez de ser un puente entre Estados Unidos y Japón en su matrimonio con Yoko Ono, lo que hacía junto a ella era predicar el amor libre ya que a Yoko no le daba pena posar desnuda. Lennon, por seguir la pulsión de muerte y querer inconscientemente que lo mataran y así auto sacrificarse por un mundo mejor de paz mundial, algo que quizás fue una exigencia de la propia Yoko Ono debido a Hiroshima y Nagasaki, terminó muerto. No lo sabemos. Solo lo que es cierto es que este nuevo derramamiento de sangre hizo, como todos los demás, que la historia empezara de nuevo de cero.
La pulsión de la muerte retornó, se repitió, siguió y continuó acechando, arrasando y azotando los espíritus de hombres y mujeres incapaces de vivir siempre por y para la vida misma. La Humanidad siguió atrapada en la violencia pidiendo a gritos su propia autodestrucción ante las imposiciones economicistas, militaristas, ideológicas y también de la fe religiosa desprovistas de compasión por la vida histórica y la trascendencia humana.
En nuestro país Honduras, la pulsión de la muerte venció hasta el momento actual a través del temor de los ciudadanos hondureños de vivir dignamente y con valores desde una firme voluntad de vida y convivencia ciudadanas espiritualmente concebidas para crear para mejorar. El pueblo hondureño sigue con miedo a votar con dignidad por un cambio verdadero y la superación de las cúpulas poderosas que controlan los partidos políticos del tripartidismo, que no aman a Honduras, y que no piensan en Honduras.
Todos los actos de corrupción política y moral, todos los sabotajes a la democracia, como ocurre actualmente con el divisionismo entre los representantes del tripartidismo en el Consejo Nacional Electoral, no son más que el reflejo de la pulsión de muerte que guía a los sicópatas del poder de todas las sociedades patriarcales por mantener su dominio y someter a las poblaciones en sus anhelos e ideales de Verdad, Justicia, Bondad y Sabiduría.
Esa pulsión de muerte que se ha extendido por Honduras y el mundo, debe ser sustituida estructuralmente por la pulsión de vida que carece de complejos o sentimientos de culpabilidad, vergüenza, frustración autodestructiva o amargura. Ello, porque la pulsión de la vida representa el camino siempre limpio y luminoso de la Razón y la Voluntad imperecedera de Vivir, le duela a quien le duela.
¡Pueblo Hondureño! ¡No permitamos que la pulsión de muerte y nuestra condición de mortales nos quiten la esperanza, la comprensión, la energía, la motivación y la vitalidad de creer en la Vida y en la Vida Digna! Votemos por aquellos que más han demostrado honestidad, dignidad y transparencia en la historia de Honduras. ¡Votemos por Nelson Ávila, sus diputados y alcaldes del Partido Innovación y Unidad (PINU) Socialdemócrata!
No dejaremos que muera el negro corruptor, aunque sí castigaremos a los que se dejen corromper y a todos los corruptos. Pero los mantendremos con vida para que paguen sus malévolas acciones con procesos judiciales y cárcel. ¡Vendrá el rescate de la Justicia y vendrá la paz social y política de la utopía relacional lumínica que perdona pero que olvida autolesionarse con la negra oscuridad de un destino opaco por una falsa libertad! ¡Seremos incorruptibles e intocables!
Como dijo Gandhi: “Mi obra estará completa si tengo éxito en llevarle la convicción a la familia humana, de que cada hombre y mujer, por más frágil que sea su cuerpo, es el custodio de su autorrespeto y su libertad, y que esta defensa prevalece, aunque el mundo esté en contra del resistente individual”.