La libertad es la paz mutua con la otra persona a partir del reconocimiento recíproco de su tranquilidad obtenida de la superación responsable de los propios límites y el autocontrol de las propias limitaciones. En ese sentido, la paz es la libertad consensuada que surge de un estado de ánimo y una conducta equilibrados del respeto mutuo que no maltrata ni debilita la fortaleza y la fuerza natural del otro o la otra persona humana. Y la libertad que de ella resulta y que se deriva de esa paz mutua, la conducta del respeto mutuo consensuado y deliberado recíprocamente, constituye una dialéctica intrínseca entre el respeto a la autoestima y resiliencia del otro, mientras ésta última no pretenda excederse en la bravuconería del libertinaje y el sin sentido inmoral y anticívico de las y los fortachones que se sienten envalentonados por el triste olvido que hacen de su historia persona.
Sin autoestima no hay respeto por uno mismo y por los demás; y sin respeto mutuo no puede haber fortalecimiento de la autoestima, que es la base guardiana primaria y esencial de la libertad humana y personal. Pero la autoestima no es sólo el como pensamos de nosotros mismos sino también el cómo nos ven los demás. Ambas formas de conciencia de interacción social constituyen el autoconcepto y la valoración que tengamos de nosotros mismos. Y así, en esa interacción valiosa por respetuosa se va conformando la libertad verdadera.
La libertad es, además, el respeto por la individualidad propia, especial y única, que se deriva dentro de la comunidad colectiva que no ahoga la reflexión y el pensamiento crítico propio ni ajeno, así como la identidad personal que solo puede crecer y desarrollarse, a su vez, en un entorno socialmente responsable de relaciones personales productivas realizadas con amabilidad, solidaridad y confianza mutuos. Aquellos que infringen, por eso, la Ética Social de la Convivencia Mutua, tales como los borrachos, los drogadictos, los viciosos, los violentos, los mafufos, las prostitutas, los mujeriegos, los vagos, en fin, todos los desocupados y ociosos que deambulan por las noches en las principales calles de nuestras zonas residenciales, violentando el toque de queda en nuestro país, todos éstos repetimos, no pueden fortalecer su autoestima porque lo hacen no a través del respeto mutuo sino a través de la coacción que representa su malsana violentación de la libertad vecinal de los que habitamos en dichas zonas residenciales, barrios y colonias. Son extraños que pretenden invadir nuestra paz, y ya en su época fueron combatidos por el General Francisco Morazán Quesada en la Asamblea Constituyente del primero de julio de 1825, cuando dijo desde su Ética Social: “Deseando desterrar la ociosidad origen del vicio y substituir en su lugar la ocupación útil y comporte público de los Ciudadanos, ha tenido a bien decretar y decreta:
- Como que los Jefes de Departamento, Alcaldes y Regidores de las Municipalidades son inmediatamente encargados del orden público, y tranquilidad de los pueblos del Estado, está a su cargo precaver por los medios posibles la perpetuación de los delitos que tiendan al orden público o contra particulares.
- Bajo la responsabilidad más estrecha vigilarán acerca de los que no tienen empleo, oficio, ni modo de vivir conocido.
- Todo vago, holgazán y mal entretenido, serán considerados suspensos de la ciudadanía, y podrán ser reducidos a prisión previa sumaria que justifique su mala conducta y cuando éstos fueren arrestados por las rondas o patrullas, sea porque estuvieren ebrios o por haber sido encontrada infraganti cometiendo algún delito aunque sea leve o porque el Padre, Tutor, Curador o Maestro pongan queja, serán reducidos a prisión sin que preceda la sumaria con tal que dentro de sesenta horas y dos horas tenga lugar el proceso verbal del delito de vagancia, debiendo estar concluido dentro del perentorio término de diez días y en el mismo provocaran los acusados sumariamente sus excepciones” (Francisco Morazán, Ministerio General del Gobierno del Estado de Honduras, OBRAS. Volumen I. La Organización del Estado de Honduras. Tegucigalpa: Secretaría de Cultura. Comisión Española del Quinto Centenario. 1992, pág. 120).
Veamos ahora el problema de forma directa desde y para nuestra propia época. En la Ley de la Policía y la Convivencia Social del 2002, siendo Presidente el liberal, Rafael Pineda Ponce, en el Capítulo Noveno, artículo 101, leemos lo siguiente: “Las personas que fueren encontradas ebrios escandalizando en las plazas, calles u otros lugares públicos o molestaren en público o privado a un tercero serán conducidas a la estación de policía y sufrirán la multa que les imponga el Juez competente”. En el Capítulo Décimo, Artículo 102, se establece: “Se prohíbe el expendio de licores después de las doce de la noche los días lunes a jueves, salvo el día anterior a un día festivo al feriado, bajo pena de multa en cierre obligatorio; se exceptúan los lugares turísticos con permiso de la Secretaría de Estado en el Despacho de Turismo”.
A su vez, el Artículo 103 señala: “Los billares, cantinas, estancos o cualquier expendio de bebidas embriagantes, deberán ubicarse no menos de cien metros de distancia de hospitales, centros de salud, establecimientos de enseñanza; su contravención se sanciona con el cierre definitivo”. Mientras tanto, el Artículo 104 admite: “Los billares, cantinas, estancos y cualquier expendio de bebidas embriagantes, se abrirán a las cuatro de la tarde y se cerrarán a las diez de la noche en los días de trabajo; y en los festivos podrán estar abiertos desde las siete de la mañana, sin pasar tampoco de las diez de la noche. En ellos no se consentirán menores de edad ni ninguna otra clase de juego” (Ley de la Policía y Convivencia Social, Texto de Internet, págs. 24-26).
Como puede verse, el General Francisco Morazán Quesada era más consecuente con la Ética Social y no caía en contradicciones vacilantes en las que la Ley de Policía y Convivencia Social de nuestro tiempo cae, al señalar, por un lado, que los ebrios que anden molestando en la calle serán sancionados y conducidos a prisión, mientras que, por otro lado, se deja que se tomen sus tragos hasta las doce de la noche y en días de trabajo hasta las diez de la noche, y no se precisa que no lo hagan en zonas residenciales. La Ley es un tanto imprecisa ya que no especifica que se pueden comprar bebidas alcohólicas en los expendios sin prohibir que los compradores se queden bebiendo en las aceras de las casas vecinas a los estancos, cantinas o pulperías que les venden dichas bebidas.
Esto urge de mayor precisión desde el Derecho Civil de la Ciudadanía para fortalecer la convivencia ciudadana correcta, prudente, sana y decente. Lo mismo pasa con aquellos que hacen contaminación sonora con música estridente a alto volumen durante todo el día y todos los días de la semana en las zonas residenciales. Los Bulevares y calles principales de las ciudades están colmados de esos malos ejemplos; expendios de bebidas alcohólicas y pulperías con parlantes a todo volumen. Sin embargo, en esto último la Ley de la Policía y la Convivencia Social es clara y tajante ya que no establece una hora para realizar dichas actividades sino que las prohíbe en términos generales. En su Artículo 148 del Capítulo Cuarto sobre la Convivencia señala: “El Departamento Municipal de Justicia impondrá multa al que:”2) El que en las zonas residenciales produzca ruido que impida a los vecinos el reposo” (Ídem, pág.37). Toda paz y toda libertad implican responsabilidades recíprocas. No hay paz ni libertad sin consecuencias y sin responsabilidad de conciencia, voluntad y actos concretos.
El libertinaje pretende violentar la responsabilidad al no asumirla porque el libertino carece de límites y de autocontrol y pretende imponer su falsa fuerza incorrecta a las demás personas. En este sentido, no es libre, porque no tiene tranquilidad de espíritu que produzca paz interior sino todo lo contrario, se debate en la angustia y la desesperanza que le llevan a adormecer su conciencia y su voluntad con bebidas embriagantes y drogas que le hagan olvidar la realidad. Por eso debe ser aleccionado y recuperado para mejorar su conducta, su estado de ánimo y el desperdicio de su inteligencia. Solo la Ética Social de un Morazán Revolucionario que le proporcione un empleo u oficio y educación dignos puede conducirlo a la paz de una libertad anticipadamente íntegra y decente. ¡Por el mejoramiento social de nuestras calles urbanas y rurales! ¡Por la recuperación de la sociedad decente!