La Ontología de la Historia estudia el ser de la historia desde la identidad patriótica de cada nación en su necesidad interna de darle un contenido específico a la libertad, la soberanía y la independencia de su espacio vital y su tiempo histórico.
El ser de la historia como sentido de pertenencia de una nación determinada al concierto de la Humanidad, llama a la defensa de los valores cívicos de cada sociedad y de cada país sin excepción, por la liberación de un pasado histórico violento que haya determinado en algún momento su sentido histórico de pertenencia fragmentaria al mundo; y ello constituye la liberación de una historia pasada sitiada o el sitio que representan la violencia ultranacionalista chovinista y el sufrimiento de las personas de una región específica del mundo.
El ser de la historia intenta liberar a la historia sitiada y lo hace por medio de la función utópica y la esperanza, en nombre de un patriotismo de sano orgullo y autoestima de cada nación. La historia sitiada por las fuerzas negativas y apocalípticas que acechan al mundo debe ser liberada por medio de la acción utópica organizada de la población esperanzada de poder civil y la formación filosófica de la resistencia popular contra todo crimen de lesa humanidad.
Resistir en filosofía significa liberar el impulso histórico positivo, creador y constructivo y propositivo para realizar la función utópica como apertura subjetiva de rechazo a la sumisión, represión y opresión que significan el miedo y la impunidad y que este sea superado por el esfuerzo conjunto que inspira la confianza en las personas provistas de razón amable y cordial que se apoya en las fuerzas positivas de la función esperanzadora utópica de la revolución mundial silenciosa e invisible.
La historia no permanece nunca pasiva ante la impunidad y la crueldad del odio y la violencia, la historia se defiende y se legitima a sí misma, y se defiende en la medida en que se abre subjetivamente a la cerrazón del miedo, en apertura subjetiva a la posibilidad de rebelarse de manera concreta a la resignación, el sometimiento, la manipulación y el yugo de falsas personas o instituciones. A esa resistencia subjetiva que se objetiva en la lucha contra todos los vejámenes y la injusticia en el mundo, la convoca la fuerza utópica que trae consigo a la esperanza laica y cristiana. Por eso Ernst Bloch ha dicho que la fuerza utópica es la posibilidad de la realización de la esperanza en la historia: “La dimensión profunda del factor subjetivo se halla precisamente en su reacción, porque esta no es solo negativa, sino que, exactamente en el mismo sentido, contiene en sí la presión hacia un logro anticipado, y representa esta presión en la función utópica” y “(…) en tanto que en el hombre la capacidad activa forma parte muy especialmente de la posibilidad, la puesta en marcha de esta actividad y valentía, siempre que tiene lugar, causa un predominio de la esperanza” (El principio esperanza, Tomo I, Aguilar, Madrid, 1984, pág. 138 y pág. 240).
Esta acción, pues, contra el miedo y la violencia de todo tipo exceptuando a la autodefensa, representan la inmersión de la historia pasada en su fuerza utópica presente esperanzadora de futuro y que se halla representada en el patriotismo de los pueblos como derecho civil innegable e incuestionable. El miedo paralizante cierra la historia de manera absoluta y la estanca en la ausencia totalitaria de utopía y esperanza relacionales que también acaba por negar al patriotismo verdadero de todos los pueblos.
Los políticos mañosos y mafiosos usan la historia, especialmente, la historia pasada, para sus propios medios y la instrumentalizan al negarle su espíritu interior de resistencia civil desde la función utópica. En este sentido, dichos políticos adaptan la historia a sus propios fines egoístas y rinden culto, como Trump y Putin a figuras históricas suficientemente conocidas por su violencia y su genocidio en masa contra sus propios pueblos y contra otros pueblos del mundo. Estos políticos no le proporcionan un fin en sí misma o para sí a la historia sino que le ponen un precio convirtiéndola en medio de objetivos malignos, con ello la historia se vuelve un sin sentido de competencia por el más fuerte o el más listo y sucumbe a la voluntad de poderío de hombres inferiores.
En el mundo de hoy, y frente a la avalancha de basura de las redes sociales, falta resistencia y apertura objetiva de la historia y las autobiografías frente a la desinformación y la ausencia de verdad que dichas redes traen consigo y que los políticos saben utilizar muy bien para sus propios propósitos. Los políticos necesitan de la historia para adaptarla a sus intereses y en su propio beneficio, por eso nos dirán que “todo ha sido siempre o peor o igual”. Los políticos malignos desvían la historia del destino común y la someten a formas globales meramente negativas y desesperanzadoras de autoritarismo, totalitarismo o autocratismo.
Pero la historia se rebela y nos impone problemas, retos y desafíos que sí podemos afrontar tales como la sublevación de la persona humana desde la propia autobiografía resistente. Existe, pues, una dialéctica objetiva entre la historia y la autobiografía personal. Esta dialéctica nos enseña cómo insertar la propia autobiografía en la historia desde su contenido subjetivo hasta su materialización en formas objetivas de acción, que se muestran en el trabajo humano en su conjunto. ¿Por qué debemos intentar lograr esa inserción de nuestra persona humana en la historia de la Humanidad? Porque solo así se temporaliza dialéctica y comprensivamente nuestra propia vida y se inserta junto al devenir ya sin miedo del mundo. Y eso, justamente es lo que se ha perdido en nuestro tiempo y en nuestro mundo actual. Nos consume el miedo a la utopía y la esperanza laicas, y no concebimos otro futuro más que el de el final apocalíptico de la Humanidad. Hace falta la fuerza utópica de un patriotismo de sanos elementos de orgullo, valentía, coraje y autodominio, para alzarse contra los que quieren que esta Humanidad nos falle y falle para perecer sin luchar y resignadamente.
Para evitar lo anterior está la función utópica doble que así resulta, como apertura subjetiva y objetiva de la historia, se trata del ser de la historia como ser del tiempo histórico en su reconocimiento de la complejidad de la temporalidad humana que nos une y que nos hace olvidar que somos seres mortales, para que nos concentremos en la creatividad infinita humanista de la vida, sobre todo la vida compartida. Y que, además, no nos hace olvidar a todos nuestros muertos, todos nuestros mártires, que como, Julián López, el defensor ambientalista hondureño, dieron su vida por un mundo mejor y cuyo caso aún espera por justicia.
El ser del contenido de la historia es la alegre materialidad realizada de la subjetividad del trabajo humano decente y digno. El ser de la historia es la vivencia así, con sentido de aprendizaje y enseñanza mutuos de todas las personas para enfrentar y solucionar mejor los problemas y tomar la vida según esta se vaya presentando. Es de ese modo pedagógico político relacional que el ser de la historia es el espíritu del mundo que transita hacia el destino de pueblos libres, incluso de su propia historia.
