El juicio de Juan Orlando Hernández, Parte 2: Ícaro y el Estado paralelo

Por Alex Navas

La Constitución de 1982 reconoce a Honduras como un Estado en el sentido formal, con instituciones y poderes independientes, adherido a un sistema complejo de pesos y contrapesos que fortalecen el Estado de Derecho y el bienestar común, con un poder delegado de la soberanía popular. Sin embargo, en la práctica, desde esa época, Honduras ha estado sumergida en una multicrisis, que amplifica cuantitativamente las desigualdades, los desequilibrios del poder y un sistema de privilegios que paulatinamente han credo un Estado paralelo, que afianzado en un fallido pacto de élites, manipula de facto los andamios del aparato público, adquiriendo la forma de un Estado bizarro, que, aprovechando la ausencia y la erosión institucional, afianza su dominio en los círculos mas influyentes de la sociedad hondureña.

No cabe la menor duda de que, en Honduras, subsiste un “Estado paralelo”, conceptualmente definido por el español Iván Briscoe (2008) “como aquel” donde existe un nexo clandestino entre el liderazgo político formal, las facciones al interior del aparato del Estado, el crimen organizado o grupos armados ilegales y los expertos de la violencia”[1]. Este mecanismo análogo, que tiene como estrategia la cooptación total del Estado, ha ido creando, dentro de su seno, “animales políticos”, que le sirven ciegamente y que son colocados en las altas esferas del poder para que puedan resguardar a sangre y fuego la estructura de privilegios, utilizando la institucionalidad para fines eminentemente delictivos, como lo fue el P2 y sus vínculos con la mafia italiana y el Vaticano[2].

Si bien es cierto, este Estado paralelo siempre estuvo presente en la historia de Honduras, no fue hasta la aparición del expresidente Juan Orlando Hernández que se hizo totalmente visible y donde ya la institucionalidad estaba muy debilitada para poder contener la fuerza desbocada de éste “Levitan” que manipuló las estructuras de poder y secuestró totalmente la gobernabilidad para el trasiego de droga y construir un mecanismo de corrupción de alta escala.

Hernández hizo perceptible este mecanismo y se convirtió en un aliado fiable en el impulso de esta estrategia de secuestro, tanto para los grupos de poder económico, como para los liderazgos de las estructuras del crimen organizado, que miraron en él un líder natural para la subsistencia del Estado paralelo, que mantuviera el “statu quo”, afectando directamente las poblaciones vulnerables y beneficiando un pequeño grupo subterráneo del poder.

Sin embargo, y como final de una tragedia griega, Hernández Alvarado quiso salir de esa armadura de hierro que le imponían a lo interno las mafias, haciendo alusión al mito de Ícaro, que cegado por su ambición y su descontrolada ansia de poder, quiso volar hacia el sol, imponiéndose violentamente sobre los que le ayudaron y financiaron su arribo al mismo. Ese fue el principio de su desgracia, sublevarse contra los verdaderos dueños del país, que quemaron violentamente sus alas de cera y le dejaron caer abruptamente hacia su horrible final.

Los grupos fácticos cerraron filas y haciendo pactos con el infierno, como siempre lo han hecho, lo sacaron del poder y lo subieron en un avión de la DEA[3] para enfrentar el “juicio del siglo”, donde quedará al descubierto la existencia del Estado paralelo, que mueve a su gusto los andamios del poder y que infringe castigos ejemplares a quien pretenda desafiar las “manos invisibles”, metáfora utilizada por el economista y filósofo, Adam Smith.

En estos “juegos de tronos”, de hombres y mujeres que utilizan  ropas a la usanza del Ku Klux Kan, reunidos en cuartos oscuros y cortinas gruesas, donde definen los destinos del país, también se incluye un sector del Departamento de Estado de los Estados Unidos, que durante muchos años ha alimentado con recursos y apoyo político éste Estado paralelo, el cual les ha servido para sus intereses geopolíticos y que, en un momento determinado, se aliaron con el ex-mandatario, considerándolo un peón estratégico contra las “olas bolivarianas” que venían del sur del continente y en la “supuesta” lucha contra las drogas en el Triángulo Norte de Centroamérica.

Con la aceptación de culpabilidad de Amílcar Hernández y el supuesto testimonio de Juan Carlos, el “Tigre Bonilla”, ambos altos funcionarios de la Policía Nacional, quedará al descubierto como los cuerpos armados del Estado, partidos políticos y sectores privados, fueron instrumentalizados para suministrar seguridad y logística a cargamentos de droga que venían de Sudamérica, realizar atentados contra bandas rivales y sobre todo, la colusión de los entes encargados de proteger a la sociedad, en el lavado de activos y crímenes atroces.

Las traiciones en la mafia se pagan con muerte. Y la condena será como una muerte en vida, como el mismo expresidente lo manifestó. Ese adagio lo sufrirá Hernández cuando el juicio comience y los mismos que algún día fueron socios o cómplices, serán sus principales verdugos, donde habrá relatos espeluznantes acerca de cómo el Estado hondureño fue encadenado y puesto de rodillas a total disponibilidad de los grupos subterráneos de poder, desdibujando la estructura democrática del país y los andamios que sostienen el Estado de Derecho. Al final, El Estado paralelo sigue intacto, con nuevos pactos y con estructuras consolidadas que manejan los hilos del poder. Juan Orlando Hernández, cayó al mar como el Ícaro, encontrando su trágico final[4].

Mas allá de la noche oscura que puede representar este juicio, existe una luz al final del túnel, donde la ciudadanía juega un rol protagónico en el fortalecimiento del Estado de Derecho y el resurgimiento de la democracia. Incidir en las decisiones de poder de forma asertiva, es la garantía que tienen los hondureños para replicar modelos democráticos que mitiguen la aparición de bestias desatadas que amenazan la subsistencia del Estado y de la gobernanza efectiva. La condena contra Hernández debe ser el punto de partida y no el final de la historia de Honduras, que cuente con crudeza la realidad del pasado, pero de la misma forma, apuntale los procesos de transformación que necesita la sociedad en la búsqueda del bienestar común y el desarrollo humano.

[1] Disponible en: https://archivos.latribuna.hn/2012/02/04/el-estado-paralelo/

[2] Yallop David (2008). En nombre de Dios. La verdad sobre la muerte de Juan Pablo I.

[3] Administración de Control de Drogas (Traducción Libre)

[4] Disponible en: https://mitosymas.com/el-mito-de-icaro-por-que-no-debemos-volar-demasiado-alto/

 

El autor del texto, abogado Alex Navas

Por Irma Becerra

Soy escritora e investigadora independiente hondureña. Me he doctorado en Filosofía con especializaciones en sociología del conocimiento y política social. He escrito once libros y numerosos ensayos sobre filosofía, sociología, educación, cultura y ética. Me interesa el libre debate y la discusión amplia, sincera y transparente. Pienso positivamente y construyo formación ciudadana para fortalecer la autoconciencia de las personas y su autoestima.