Ante todo, la Hondureñidad puede definirse desde la filosofía como la idiosincrasia o el modo de ser de los habitantes que viven en el territorio de Honduras y que, por el hecho de compartir la historia común, ciertos valores y principios, cultura, creencias, ideales, sueños, idioma, razas y etnias, así como vivencias y recuerdos comunes, poseen una forma propia de comportarse ante su sociedad y su comunidad que los hace distinguirse del resto de países o naciones.
Podemos agregar, además, que la Hondureñidad es la forma que adopta la conciencia del habitante y el ciudadano hondureño y hondureña para afrontar los desafíos y retos de la vida, así como los obstáculos y las adversidades que se presentan en la continuidad vivencial de la sociedad. En este sentido, no encontramos mejor definición de la Hondureñidad que la que ha esbozado el Doctor en Educación, el hondureño Ignacio Alonzo que dice así: “La Hondureñidad es la capacidad que tiene cada ciudadano de Honduras de levantarse con coraje por la herencia, valores y legado históricos que los héroes hondureños forjaron con sus luchas, las cuales deben estar en la memoria histórica reciente y pasada, a fin de construir un mejor país, el cual sea reconocido y respetado a nivel planetario”. Así entendida, la Hondureñidad posee un carácter propio y se define sobre todo como una actitud general de imponerse ante destinos manifiestos y de defenderse ante los avatares de la vida, la historia y la realidad en su conjunto.
La Hondureñidad es la particular aprehensión que del mundo realiza el hondureño y la hondureña para alcanzar sus metas y sus propósitos, así como sus anhelos más importantes y fundamentales. Es, por así decirlo, el sentido de la vida y que le dan a la vida los habitantes de esta nación.
No obstante, la anterior definición positiva y constructiva acerca de la Hondureñidad, debemos agregar, que, en general, el sentido que el hondureño y la hondureña le da a la vida es esencialmente negativo y autodestructivo; de hecho, la vida no vale nada o no vale mucho porque se impone un culto a la muerte que nos viene impreso por la violencia sufrida desde nuestros ancestros mayas y desde la colonización española del siglo XV.
Este sentido negativo respecto a la vida y su valor lleva en sí una adoración por lo oculto, por la oscuridad y las fantasías necrofílicas, que han permanecido a lo largo del tiempo y han hecho posible que en Honduras se establezcan grupos ideológicos que han utilizado y aprovechado esta mentalidad opaca para sus propios propósitos de conquista del poder político y económico. Así vemos cómo las élites económicas, en su mayoría extranjeros provenientes de otros países, se han establecido de forma monopólica y oligopólica para explotar y destruir al país y al pueblo hondureño de forma indiscriminada e insensata logrando a sus anchas sus egoístas intereses particulares.
Así vemos, también, cómo el partido nacionalista conservador que dichas élites apoyan, con el expresidente Juan Orlando Hernández, aprovecharon esa disposición negativa de la vida propia de la Hondureñidad para sembrar el terror y poder de ese modo cooptar todas las instituciones públicas al servicio del narcotráfico y los escuadrones de la muerte. De hecho, se le atribuye al expresidente un dicho respecto a lo fácil que puede resultar tener poderío en Honduras de forma ilegal, porque “el hondureño es tonto, todo lo aguanta, y es fácil de convencer si se sabe hacerlo”.
De esa forma se nos impusieron doce años de ilegalidad constitucional y gobiernos corruptos que instauraron el crimen organizado, la impunidad de sicarios y el narcotráfico en complicidad con los funcionarios públicos, muchos de los cuales aún gozan de impunidad. Fue fácil, de ese modo, jugar con la Hondureñidad y sus características negativas de sumisión, indiferencia, divisionismo, opacidad y claudicación ante los bravucones que, envalentonados por la falta de unión y coraje de los ciudadanos y sus líderes, se dejaron manipular y aterrorizar durante estos años funestos para Honduras.
Ya en 1999, escribíamos nuestro libro, “Educación Integrativo-Reconstructiva. Principios de una filosofía social y educativa de la hondureñidad para el fortalecimiento democrático de la autoconciencia ciudadana”, en el cual describíamos de manera crítica algunas de las características del tradicionalismo deshondureñizante, producto de la organización familiarista-clientelista de la sociedad hondureña actual. Esas características continúan aún vigentes y son las siguientes:
- La socialización tradicionalista de antivalores autoritarios que educa para ignorar los conflictos y no para superarlos.
- El encarar tradicionalista del presente en la que este último es plasmado como el producto de los resultados del pasado, y no como efecto del tipo de organización de la vida de la que esos productos han surgido.
- La renuncia tradicionalista de la utilización positiva de la experiencia subsiguiente.
- La ausencia tradicionalista de espíritu común.
- El desconocimiento tradicionalista de la función social.
Cada una de estas características de un tradicionalismo negativo y cargado de prejuicios y posturas retrógradas frente al presente y al futuro, las explicamos ampliamente en el libro citado, en el que, además, desarrollamos una teoría integrativo-reconstructiva de la sociedad hondureña para superar dicha falta de evolución histórica.
En este sentido, nos preguntamos, ¿cómo debería ser la Hondureñidad para evitar estos errores antihistóricos y comenzar a generar historia verdaderamente común e inspiradora, como impulso de transformación?
Una de esas respuestas ya la dio el pueblo al unirse masivamente en las elecciones del 2021 para echar abajo la dictadura “cachureca” del Partido Nacional. Pero aún hay mucho por hacer, y especialmente desde la teoría filosófica debemos rescatar solamente aquellas tradiciones que puedan insuflar en la conciencia de los hondureños un genuino amor a la vida, a lo positivo y a lo constructivo proponiendo proyectos de nación realmente viables y válidos.
Aún queda mucho por hacer. De hecho, las masacres y los feminicidios siguen estando a la orden del día, así como los asesinatos por bandas de sicarios y la extorsión, etc., generando la continuidad de una violencia desatada en la sociedad hondureña que se ceba contra las personas más vulnerables o diferentes. Cada 28 horas es asesinada una mujer en Honduras en la actualidad, y el gobierno de Xiomara Castro, primer mujer presidenta del país, aún no da respuestas claras al problema.
¿Qué está pasando con los hombres hondureños? ¿Por qué tanta violencia contra las mujeres, las adolescentes y las niñas? ¿Es eso la Hondureñidad? ¿La conversión de los hombres en patanes, groseros, violentos, malcriados, alcohólicos, drogadictos, asesinos, etc.?
No puede ser que el modo de ser de los hondureños y las hondureñas haya cambiado tan radicalmente para peor después de doce años de dictadura violenta. No es posible que hayamos asumido como propia la violencia del terror que dicha dictadura impuso y que nos hayamos vuelto entes insensibles ante el dolor y el sufrimiento. El terrorismo de Estado y el fascismo no pueden vencer a los pueblos que se levantan diariamente para edificar su futuro como presencia de la paz y la felicidad perpetuas. Seguiremos reflexionando.
Extraordinario ensayo
Me fascina cómo articula cada aspecto que denota la hondureñidad. Brillante.
Gracias por acuñar nuestra definición.
Muchas gracias, Dr. Alonzo. Es un tema bastante difícil de articular porque incluye muchos aspectos subjetivos, pero seguiré reflexionando acerca del mismo, por ejemplo el tema de la gran alienación mediática que sufrimos los hondureños en el país y que oculta y disfraza las verdaderas intenciones del poder.