Como sostiene Adolfo Figueroa en su ensayo, “Crecimiento económico y medio ambiente”, de 2013, la bioeconomía, fue fundada por el rumano Georgescu-Roegen en 1971, quien introdujo la segunda ley de la termodinámica -la ley de la entropía- en el proceso económico. Figueroa cita a este último como sigue: “Tomemos el caso de una anticuada locomotora en la que el calor de la combustión del carbón fluye a la caldera y de esta a la atmósfera. Un resultado evidente de este proceso es un trabajo mecánico: el tren se ha desplazado de una estación a otra. Ahora bien, el proceso lleva también consigo otros cambios innegables; por de pronto, el carbón se ha transformado en cenizas. Con todo, algo es cierto: no se ha alterado la cantidad total de materia y energía. Esto es lo que dispone la Ley de la Conservación de la Materia y la Energía, que es la Primera Ley de la Termodinámica [La materia no se crea ni se destruye, solo se transforma IB]. Al principio, la energía química del carbón es libre, en el sentido de que está disponible para producir cierto trabajo mecánico. Sin embargo, en el proceso la energía libre pierde poco a poco su calidad. Finalmente, siempre se degrada por completo en el conjunto del sistema cuando se convierte en energía disipada, es decir, energía que ya no podemos emplear para el mismo propósito. En otras palabras, una entropía alta implica una estructura en la que la mayor parte de toda su energía es disipada, y una entropía baja una estructura en la que es cierto lo contrario. Esta es la Ley de la Entropía, que es la Segunda Ley de la Termodinámica; todo lo que dice es que la entropía del Universo (o de una estructura aislada) aumenta constantemente y de forma irrevocable. Podríamos decir que en el Universo hay una degradación cualitativa continua e irrevocable de energía libre en energía disipada” (Georgescu-Roegen citado por Fajardo, págs. 34-35).
Comentando esta cita, Fajardo puede concluir que debido a ese proceso de alta entropía en la economía actual con su crecimiento extremo y consumista de explotación inmisericorde de los recursos naturales y la contaminación del medio ambiente, ya no es posible continuar por el camino del capitalismo-imperialista existente hasta el momento: “En el resultado del proceso de producción se incluyen no solo bienes, sino también “males”, ya que los desechos son también resultados irrevocables del proceso de producción. Esta limitación está contemplada en la primera ley de la termodinámica: la materia y la energía solo se transforman, no se pueden destruir ni generar. La primera ley tiene otra relación con el proceso productivo. La producción de bienes materiales importa la transformación de insumos […] a través de los agentes. Por ello, los recursos minerales son “factores esenciales” en el proceso económico […] Según la segunda ley, el desecho se transforma en contaminación del ambiente biofísico. El agotamiento de los recursos y la contaminación son dos formas de contribución del proceso económico a la degradación del medio ambiente” (Fajardo, 2013, pág. 35). Lo que ocasiona mayor entropía o desorden y, por lo tanto, mayor conversión de energía en calor en la Tierra y en nuestro entorno.
Fajardo pasa a citar a Daly: “La producción de bienes depende del medio ambiente por una doble vía: i) por ser una fuente de recursos minerales (entropía baja); y ii) por ser un reservorio para los desechos (entropía alta), que en conjunto degradan el medio ambiente” (Daly citado por Fajardo, pág. 35).
Fajardo asegura firmemente que: “El tamaño finito de la Tierra impone límites a ambos elementos, ya que existe una cantidad dada de recursos minerales disponibles y una capacidad limitada para absorber los desechos, lo que significa que la capacidad de absorción del ecosistema es limitada para seguir albergando la vida humana, tal como la conocemos. Con respecto al proceso de producción, las existencias de recursos minerales no serían un problema si pudieran reciclarse, pero la ley de la entropía advierte sobre la imposibilidad del reciclaje absoluto; por otra parte, los desechos no serían un problema si la capacidad de absorción del ecosistema fuera infinita. A consecuencia de ello, todo proceso productivo, incluso con una producción neta constante, implica un agotamiento continuo e irrevocable de los recursos minerales. De allí que el proceso económico sea una actividad humana que también puede verse como la transformación de la entropía baja (recursos minerales) en entropía alta (desechos y contaminación). La materia y la energía disponibles pueden utilizarse una sola vez en el proceso de producción; es decir, dicho proceso implica la degradación de energía libre en energía disipada. Existe una estrecha interrelación entre ambas leyes de la termodinámica. El economista Kenneth Boulding […] señaló que, en un sistema cerrado, lo único que puede ocurrir con la primera ley es una reorganización; mientras que con la segunda ley la reorganización tiene lugar si existe el potencial que la haga posible y, a medida que la reorganización continúa, el potencial se va agotando hasta volverse nula, llegando a un punto en que nada más puede ocurrir. En el proceso económico solo se reorganiza la materia y la energía, pero en él la capacidad productiva se degrada en términos cualitativos. Por ello, a medida que la producción se repite período tras período, el potencial del sistema productivo se degrada en forma continua e irrevocable. El proceso económico no es mecánico, sino entrópico” (Ídem, pág. 35).
Ahora bien, Fajardo se pregunta y responde: “¿Cómo afectan las leyes de la termodinámica a la frontera intergeneracional del consumo? En primer lugar, debe tenerse en cuenta el efecto de los desechos en la degradación cualitativa del ambiente biofísico. Los desechos provocan contaminación ambiental del agua, el aire y el suelo. Se debe presuponer que la contaminación eleva la temperatura media del planeta y que el clima afectará al proceso de producción tornándolo más riesgoso. En segundo lugar, la contaminación es un resultado del proceso de producción; no obstante, tendrá un efecto de retroacción en dicho proceso, ya que aumentará el costo de reemplazo de las maquinarias. Debido al daño directo que la contaminación provoca en los bienes del capital y el mayor riesgo de destrucción por efecto del cambio climático, deberá considerarse una tasa de amortización mayor para mantener las maquinarias en condiciones productivas y duraderas” (Ídem, págs. 35-36).
En conclusión, “en primer lugar, dice, cualquier nivel de consumo puede mantenerse solo por ciertos períodos, es decir, el crecimiento económico no puede ser perpetuo. En segundo lugar, el crecimiento de la economía acrecienta la desigualdad en la distribución intergeneracional del consumo. En tercer lugar, el progreso tecnológico solo puede reducir la tasa a la que se degrada el medio ambiente, pero la degradación es continua e irrevocable. Finalmente, existe un conflicto de crecimiento no solo entre generaciones, sino también dentro de la generación actual: los países menos desarrollados tendrán un espacio ecológico más limitado para crecer si los países más desarrollados y los pocos países emergentes siguen creciendo” (Ídem, pág. 42).
Necesitamos, pues, de un fundamento termodinámico-entrópico y este lo proporciona la Ética de la Sostenibilidad. Tal como citan los autores Francisco O. Machín-Armas, Santiago G. Céspedes-Montano y Eduardo Fernández-Santiesteban, ésta última puede definirse como sigue: “La ética para la sostenibilidad del desarrollo se refiere al ideal axiológico-normativo que necesita la humanidad para enfrentar la crisis socioambiental originada por el capitalismo, agravada esta en las últimas décadas por las prácticas del neoliberalismo. Por otra parte, la concepción de sostenibilidad del desarrollo surge como una necesidad histórica, que es la de dar respuesta al problema correspondiente a la “(…) cualidad deseable y posible de un nuevo tipo de desarrollo, compatible con la justicia moral y la conservación física del entorno”” (González y Menéndez, citados por los autores anteriores, Ética para la Sostenibilidad; Fundamento Termodinámico-Entrópico, 2018, pág. 4).
Y los autores señalan, además: “Para la fundamentación de una ética de la sostenibilidad, un concepto de partida es desarrollo sostenible, definido en 1987 por la Comisión Brundtland, como: “(…) el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”” (Ídem, pág. 4).
Y, finalmente, los autores citados establecen los pilares centrales de la ética de la sostenibilidad como sigue: “Medir el desarrollo moral del individuo según escalas prefijadas es una acción fundamentada en determinados principios, los cuales son los lineamientos que desde algunas perspectivas cognitivas se proponen para evaluar si ciertos juicios son correctos moralmente y estos […] deben cumplir con los supuestos del universalismo, del prescriptivismo, de la autonomía y el de la justicia, que son aplicables a los principios morales. Ocurre entonces que al “imponer” la sostenibilidad del desarrollo un sistema de principios morales subordinados a estos supuestos aparece la necesidad de modificar el comportamiento humano, de manera que se haga favorable al desarrollo sostenible, y en ello están los pilares de la ética de la sostenibilidad. Como principios estratégicos para el desarrollo sostenible, y que fundamentan este pensamiento ético, han sido profusamente establecidos por la Ciencia de la Sostenibilidad, la ética y normados por el Derecho Ambiental Internacional los que siguen: El precautorio, el de interdependencia e interconexión, el de eficiencia y mesura, el de integralidad y el del equilibrio […]” (Ídem, pág. 5).
El capitalismo-imperialismo neoliberal extractivista libertario aprovecha todos los conflictos humanos para vendernos la idea de una humanidad no frugal ni prudente que pudiera vivir en armonía, sino cada vez más embebida en la fiebre del consumo y las emociones superficiales, efímeras y rápidas que piden más y mayor satisfacción sin esfuerzo verdadero ni logros genuinos. En este sentido, una ética de la sostenibilidad también tiene que observar lineamientos para la fundamentación de una filosofía intercultural que promueva la comprensión mutua entre todas las personas y todos los pueblos del mundo hacia la protección misma de cada persona de la humanidad y el planeta.
Es por eso, que, desde esta perspectiva, aprovechamos para recordar el vil asesinato de la ambientalista hondureña Berta Cáceres, por su defensa inclaudicable de los ríos sagrados del pueblo lenca, y que intentara que no se dividiese su pueblo en esa lucha. Y, recordamos también el vil asesinato en Santiago de Compostela, España, de la niña de origen chino y primera adopción internacional en ese pueblo, Asunta Basterra Porto, por sus padres adoptivos españoles que no supieron comprender su carácter especial y por ser niña de altas capacidades. Hechos ambos que han dividido pueblos como España y China, y que han provocado un mayor menosprecio por la vida humana que está llamada a conservarse y a transformarse, sin generar mayor desorden sino un orden equilibrado que nos pueda proporcionar verdadera paz y futuro para todas las generaciones presentes y futuras de la humanidad.