Haré ahora un recuento de mis experiencias educativas en primaria, secundaria y la universidad de la República Democrática Alemana y la República Federal Alemana para fundamentar históricamente hacia dónde conduce la mala educación.
Hice el kínder y la primaria hasta el segundo grado en Praga, Checoslovaquia, en el idioma checo. Mi maestra se llamaba Vlasta Sudova y una vez que yo había dibujado en clase una gran mariposa con flores en las alas, llamó a mi mamá para decirle que eso no se debía repetir porque las mariposas no tienen flores en las alas en la realidad objetiva. Yo le dije a mi madre que yo había visto una y mi madre me regañó y me dijo que no lo volviera a hacer.
Al regresar a Honduras pasé directo al tercer grado en la escuela María Montessori, con la maestra Rosa Emilia Mejía Quito que me trató bastante bien, pero al contarle yo que había un cipote llamado Sergio que se burlaba mucho de mis lentes y de mí, me dijo que era porque yo le gustaba. Su hermana también era profesora y se burló de mí al cantar yo en un concurso de la escuela la canción: “Naranjita pinta pintita”. El quinto grado lo hice con la profesora Isabel “Chabelita”, que era muy malhumorada y acostumbraba a ponernos a los mejores alumnos a copiar en la pizarra algún texto para toda la clase, mientras ella se sentaba a descansar. Llevaba a sus tres hijas pequeñas al aula porque parece que no tenía con quien dejarlas y se veía agobiada.
Pasé luego al colegio secundario, Alfonso Guillén Zelaya, donde me esperaba el profesor homosexual de música Laureano Hernández, el cual gozaba haciéndonos torturar con la lectura de notas en el pentagrama dibujado en la pizarra y por eso nos aplazaba. Yo me aprendía de memoria la escala y cuando llegaba mi turno la podía decir sin problemas por lo que siempre tuve buenas notas con este pequeño truco.
Fui muy buena alumna de secundaria y me becaron el último año de ciclo común, pero el director, Jacinto Zelaya, hermano del ex rector de la UNAH, Cecilio Zelaya, me puso una profesora a vigilarme, Justa Puerto, para que yo me volviera servil a la administración. Cuando hice un movimiento estudiantil pidiendo drones de basura en las aulas me llamaron a la dirección y Jacinto y Justa me dieron una buena bañada hasta que me puse a llorar. Luego los olvidé.
Teníamos un profesor de matemáticas de nombre Santiago que era muy incapaz y llegaba borracho a clases. Cuando quisimos sacarlo nos dijo que “el sabía de dónde provenían esas intenciones rebeldes”.
Hubo dos estudiantes de secundaria que se burlaban constantemente de mí, Manuel Carías y Guillermo, los que cantaban a mi paso: “reloj de gachupín, zapatos de vieja pícara”. Nadie nunca los controló.
Hice el sexto grado en la escuela Marcelino Pineda López de la colonia el Hogar con la profesora Clementina Núñez, residente en esa colonia, y que también trabajaba en el instituto privado “Latinoamericano” donde se encargaba de martirizar a mi hermano Néstor, el cual se le rebelaba en clase y no pudo terminar la secundaria.
Me cambié entonces al colegio nocturno Instituto de Aplicación (IDA) donde me encontré con el movimiento estudiantil dividido entre gordos y flacos del FAR y los maoístas organizados en el CLES o Comités de Lucha de Estudiantes de Secundaria. Allí conocí al dirigente de la JCH, David Romero Ellner, el cual quiso enamorarme de inmediato, pero por suerte su exmujer Aminta me alertó que Romero Ellner tenía una niña con ella, la que llevaba en brazos al momento de decírmelo. Después, años más tarde, Romero Ellner violó a esa pequeña.
David se caracterizaba por ser muy arrogante y creerse muy guapo. Se casó con la periodista Lidieth Días Valladares, alias la “Mamba Negra”, conocida por ser igual de iracunda y violenta que él. Ambos eran muy machistas y trabajaban en Radio Globo donde Romero Ellner acostumbraba a decir que “tenía las pelotas muy grandes”. Una vez llamé a Lidieth por teléfono para decirle que no era adecuado ese lenguaje sobre todo proveniente de un hombre que había estado en la cárcel por violar a su propia hija, pero Lidieth sólo me dijo: “Gracias señora, gracias, señora” y me colgó. Romero Ellner falleció de forma súbita de covid-19 estando a punto de salir de la cárcel a donde fue a parar por segunda vez por difamación y calumnia. Lidieth es una mujer muy religiosa y al quedar viuda dijo una vez en su programa que “en Honduras había gente que no podía ni siquiera sacar un pasaporte”. Yo solo la escuché porque yo no había podido renovar mi pasaporte por razones de salud.
En el IDA los dirigentes del CLES durante las elecciones de autoridades estudiantiles nos invitaron a participar en una asamblea para ver quién ganaba. Yo no sabía que hacían las asambleas amañadas y nos ganaron por un voto. Entonces comprendí que la política en Honduras no ha sido nunca limpia.
Me gradué con honores del IDA, aunque tuve un mal profesor de la clase de filosofía de apellido Zanabria, al que no le entendía. Igual el profesor de español, Rodolfo Sorto, tío de Celfa Bueso, el que me dijo en una ocasión que “tenía unos pies vulnerables que me darían problemas en el futuro”.
Estuve un año en la Carrera de Filosofía de la UNAH antes de salir para Alemania y allí conocí por primera vez al doctor Augusto Serrano López con quien llevé la clase de teoría del concepto. No entendí nada. También llevé clases con la democristiana Adela de Chavarría que fue una buena profesora.
Salí a Alemania Democrática con dieciocho años y comencé mis estudios del idioma alemán en Greiswald, donde me recibió la profesora Doris Murdock que habló en francés conmigo, la que me dijo que en la RDA no estaba permitido el individualismo. Luego, me trasladaron junto a la promiscua Jacqueline para el Instituto Herder de Leipzig. Me dieron clases dos pésimos maestros los que no pudieron explicar bien la estructura interna del idioma alemán y que eran muy serviles al régimen. El profesor Ulrich, para el caso, nos dijo una vez que “En Estados Unidos de América no se había roto ni siquiera una ventana de cristal durante la Segunda Guerra Mundial”, ignorando totalmente a Pearl Harbor. Este profesor me ponía malas notas y me dijo una vez un tanto burlón: “Te entristece no sacar 1 ¿verdad?”. El 1 es la mayor nota en el sistema alemán igual que el 1+.
Sin embargo, aprobé los exámenes del idioma y me trasladé a Berlín Oriental a la Universidad Humboldt a estudiar la carrera de Filosofía. Era un galimatías ideológico con explicaciones manipuladas, pero también con muy buenas explicaciones sobre el método y la lógica dialécticos. Empecé escribiendo mi primer texto en alemán en la materia de Historia del Movimiento Obrero que me alabaron mucho diciendo que tenía mucho potencial. Pero luego, empezaron los problemas con las notas. Por mucho que me esforzaba estudiando y leyendo siempre me ponían un 2, luego un 3 y luego hasta un 4 en la materia de Economía Política. Tuve maestros como Monika Leske de materialismo dialéctico que me dijo que “no iba a ser feliz en la filosofía porque me había equivocado de carrera”. Esta señora murió después de cáncer de mama. Tuve muy malos maestros de lógica formal, historia de la filosofía y ética. Hice de forma paralela una especialización en materialismo histórico equivalente a una maestría en filosofía de la historia. Leía mucho y también me divertía bailando danzas folklóricas, especialmente cumbia colombiana, en el grupo Berliner Ensemble de la juventud estudiantil de la universidad. La canción que bailábamos era “La Piragua”.
Al final de mis estudios, la mujer de mi asesor de tesis de licenciatura llamado Bluhm, me pegó una gritada porque no les había devuelto la máquina de escribir que me habían prestado para escribir la tesis ya que mi máquina OLIMPIA se me había arruinado. En el dictamen final de mi trabajo de tesis sobre Theodor Adorno, Bluhm escribió que “no había entendido el carácter subjetivo del concepto de trabajo” y me calificó con un 2. El no sacar notas de excelencia mientras Jacqueline sacaba 1 en todo, igual que mi compañera de habitación, la búlgara Tschanna Ianková que no estudiaba, sino que se dedicaba todo el día a pintarse las uñas y fornicar, contribuyó a minar mi autoestima y empecé seriamente a dudar de mi propia capacidad intelectual.
La carrera de Filosofía no criticaba al sistema socialista ni a la injerencia soviética en la RDA y el resto de los países del socialismo real. Pero había descontento en la población y una resistencia política y oposición que iba creciendo cada día. Una de estas personas rebeldes me preguntó un día que “cómo creía yo que se podía realizar una revolución pacífica”, yo le respondí que si millones y millones de personas salen a las calles no las pueden reprimir militarmente. Esto fue lo que sucedió después con la revolución de los bananos en la RDA, cuando multitudes salieron a las calles en Leipzig gritando la consigna: “Nosotros somos el pueblo”.
Cuando cayó el muro de Berlín y la RDA, sobre la que Erich Honecker había dicho que “al socialismo no lo detendrían ni los asnos ni los bisontes”, y leí libremente a Michael Foucault, comprendí que en el socialismo real el sistema de notas era una forma de disciplinar el cuerpo y la mente hacia la aceptación absoluta del totalitarismo. Recuerdo que, completamente deprimida realicé mi último examen de historia de la filosofía contemporánea con el “laureado” profesor Gerd Irrlitz, cuyas conferencias no entendía y que me dijo en pleno examen que “no sabía nada de historia por lo que me iba a hacer la concesión y el favor de ponerme un 2”. En el examen tuve la ayuda de un compañero alemán llamado Rolf que me acompañó y le dijo a Irrlitz que yo era una buena estudiante. Pero aún con mucho miedo me rebelé en ese examen y le dije a Irrlitz que su concepto de la enajenación en Marx no significaba lo mismo en español que en alemán porque en nuestro idioma este es un concepto negativo. Después de la caída de la RDA, Irrlitz fue uno de los pocos profesores que se mantuvieron intactos en su puesto en la Universidad Humboldt de Berlin, el resto perdió su empleo.
Luego, decidí ir a estudiar mi doctorado a Alemania Federal. Elegí la Universidad de Münster porque allí estaba el grupo de hondureños del PCH. Fue allí, en el restaurante de “La Calle de las Mujeres 24” que conocí a mi esposo simpático y bonito alemán. Fue amor a primera vista que dejó boquiabiertos a todos los miembros hondureños del Comité de Solidaridad con Honduras, ya que conocían a mi esposo como muy reservado y serio.
Inicié mis estudios pensando en sacar el doctorado teniendo como primera materia a la Filosofía, pero este departamento estaba lleno de religión y teología, así como de las teorías posmodernas que estaban en boga en ese entonces. Me pasé a la carrera de Sociología y como tercera materia adopté la Política. Por eso hice un doctorado triple intentando unir dialécticamente y siguiendo un hilo rojo las tres disciplinas a través de la sociología del conocimiento de Karl Mannheim, especialmente su conceto de utopía relacional.
Mi llamado padre de la tesis del doctorado fue Sven Packe que era historiador de profesión y se había pasado también hacia la sociología. Era muy buen profesor, pero nos hablaba a veces en jerga o jargón y no le entendía. Solo hablaba claro conmigo en nuestras reuniones privadas de trabajo y asesoría. Había escrito un libro titulado “La violencia justa”, que aún no he podido leer completamente por su lenguaje rebuscado y difícil. El profesor Papcke irradiaba sensualidad y pasión, pero eso no fue problema para comprendernos plenamente. Le estoy muy agradecida.
Sin embargo, hubo otros malos profesores que no entendieron para nada mi capacidad e inteligencia. Entre ellos el profesor Quante de la materia de filosofía del derecho de Hegel que me calificó un trabajo escrito sobre este tema con la siguiente expresión: “esto no es ni será nunca satisfactorio”.
También estaba el profesor Ludwig Siep con quien llevé la clase sobre el libro de Jürgen Habermas, “Certeza y validez”, pero que no sabía explicar y no le entendí nada. Sin embargo, se portó muy bien conmigo en el examen final al igual que el profesor Paul Kevenhörster del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Münster.
Hubo un profesor Herold que prácticamente me corrió de su clase sobre el libro de Francis Fukuyama, “El fin de la historia y el último hombre” y que humilló, junto a otros profesores, a una profesora rusa que llegó a Münster, a la que hicieron paste hasta hacerla llorar, al decirle que la filosofía del bloque socialista solo era pura ideología. Yo no dije nada en esa ocasión, pero soy testigo de ese evento destructivo.
A pesar de que avanzaba en mis estudios, mi autoestima no mejoraba y me sumí en una gran depresión por sobrecarga de trabajo, mala alimentación y exceso de pensamientos. Mi esposo me financiaba los estudios y vivíamos en un minúsculo apartamento cerca del lago de Aa de Münster.
Luego pasó el encontronazo con la ultraizquierda en Perstorp, Suecia. Yo estaba agotada mentalmente y no pude responder a una aseveración de mi primo ultraizquierdista Lermontov. Este me dijo que “no hay opción para la represión del pueblo, siempre se tiene que reprimir”. No tuve respuesta a esto en ese momento y por eso escribí el libro “Filosofía e Historia” acerca del derecho de los pueblos a olvidar para seguir adelante. Por tomar todo demasiado en serio fui a dar a una clínica de enfermedades psiquiátricas por una semana en la ciudad alemana de Paderborn donde conocí entre los pacientes a las personas más amables y vulnerables de toda mi vida. Una señora paciente rusa que estaba interna allí también me dijo: “Tú eres muy joven para estar aquí”. Eso me animó, así como la expresión de un poeta alemán contra el suicidio que me proporcionó mi esposo que decía: “No te suicides, quédate con vida para hacer enojar a los que desean hundirte”.
Posterior a esta experiencia hubo un encuentro organizado por la iglesia evangélica en la ciudad de Loccum que versaba sobre el tema del “descubrimiento de América”. Fui allí acompañada de una amiga brasileña llamada Rosely y un amigo alemán. Las conferencias fueron muy interesantes, pero poco críticas y recuerdo que allí estaba una delegación mexicana presidida por el filósofo, Leopoldo Zea con su esposa. Yo me presenté con él y le dije que era una filósofa de Honduras, entonces él me dijo: “Qué bien”.
Al regresar a Honduras desarrollé la enfermedad de bipolaridad y aún ahora estoy en tratamiento siquiátrico. Pero ¡gracias a Dios! ello no me ha impedido escribir ni pensar creadoramente y sin ayuda de inteligencia artificial. He escrito once libros y más de 1400 ensayos y artículos, dictado conferencias y posteado escritos especialmente en mi blog.
Hoy he llegado a comprender lo importante que es la autoestima para el desarrollo de una personalidad fuerte y estable y cómo los malos profesores pueden destruir la capacidad de pensar y de soñar de sus alumnos. También he comprendido que la mayor parte de mi obra la he realizado con esfuerzo propio, valentía y coraje, esforzándome por comprender más allá de lo que me decían los profesores. Esto es algo muy importante y constituye el verdadero significado de mi concepción de la resistencia civil autónoma y espontánea a la vez.
Respecto a la aseveración de mi primo Lermontov, creo ahora que sí es posible educar al pueblo sin reprimirlo, aunque sí guiándolo teórica y organizadamente. La formación o Bildung realizada de manera dialogada y comprensiva debe ser una prioridad.